El agradecimiento es el antídoto contra el narcisismo y contra sentirse el centro del universo. Si te parece esta una aseveración demasiado categórica, permíteme explicar qué es lo que quiero decir, pues estoy profundamente convencida de que esta es una verdad que, de ser descubierta y practicada en la vida, nos cambia para siempre. Te lo digo por experiencia propia.
El narcisismo es una de las plagas de la gente de hoy. Y por narcisismo me refiero a considerar que mi opinión es irrefutable porque es la correcta; que lo más importante soy yo y mis necesidades; que si atacas mi ego, te atacaré a ti; que tengo derecho a recibir halagos y a enojarme ante las críticas; que mis derechos están por encima de los derechos ajenos; que yo soy especial. En el narcisismo hay un sentido de derecho adquirido, de méritos, de “porque yo lo valgo” es que tengo lo que tengo y me pasa lo que me pasa. Esto se opone frontalmente a la gratitud.
El verdadero agradecimiento surge de comprender que me han hecho un regalo, me han dado un don, o han puesto en mis manos algo que no merecía, pero aun así lo he recibido. Surge de reconocer que cada aliento que respiro, cada cosa que recibo, cada favor que me hacen, todo lo que tengo y las bellezas que disfruto cada día (desde una pequeña flor hasta el sonido de la voz de mi bebé llamándome “mamá”), no las podemos dar por hecho, no las recibimos por nuestros méritos, sino que son un regalo del cielo.
Ser agradecida es pensar: “Dios me lo ha dado todo (y continúa dándomelo cada día); este cuerpo a través del cual experimento el mundo, este cerebro que piensa, la familia que me ama, el trabajo que me sustenta, todo… Nada es fruto de que lo merezco o me lo he ganado. ¡No! Es fruto de la dadivosidad de Dios, que me creó, me redimió y me sustenta cada día”.
Es el sentirme verdaderamente agradecida a Dios lo que me ubica en mi lugar; lo que me hace verme como una criatura que recibe amor del Creador; ¿cómo voy a creerme la gran cosa? Imposible. Al contrario, cuando soy agradecida veo la vida, el mundo y a los demás con total humildad.
Cuando soy agradecida no veo lo que recibo como un derecho que me corresponde, sino como un privilegio que me es concedido. Y eso marca toda la diferencia. Eso me saca del narcisismo y el egocentrismo, y me centra en Dios y su amor por mí.
“Queridos hermanos míos, no se engañen: todo lo bueno y perfecto que se nos da, viene de arriba, de Dios, que creó los astros del cielo” (Santiago 1:16, 17).