Hay cosas que debieran estar tan claras para nosotras, las mujeres cristianas, como que dos más dos son cuatro. Por ejemplo, debiera ser evidente que no se puede ser una persona religiosa a la par que se es irreligiosa (es decir, opuesta al verdadero espíritu de la religión). Y sin embargo esta es, lamentablemente, la paradójica realidad de muchas mujeres cristianas hoy (empezando por mí). ¿Qué quiero decir con esto? Me explico.
Vamos a la iglesia una vez a la semana, decimos creer en Dios, aparentamos obedecer los mandamientos, no hacemos daño a nuestro prójimo, diezmamos todo lo que ingresamos…, pero somos materialistas, narcisistas, individualistas, mentirosas, chismosas…
¿Sí o no? Creo que negarlo no nos ayudaría en nada. Lo que sí nos ayuda, y mucho, es darnos cuenta de que esa no es la mentalidad que tuvo Jesús cuando decidió venir a este mundo a morir por ti y por mí. Él, que es nuestro ejemplo a imitar, nos traza un camino muy claro. Veámoslo.
Jesús, sin oponer resistencia, aceptó morir en la cruz porque no se aferraba a las cosas de este mundo (no era materialista); a pesar de ser el Hijo de Dios no se tuvo por superior a nadie, sino que se humilló por la humanidad (no era narcisista); su vida no giraba en torno a sí mismo sino a servir a los demás (no era individualista); él era la verdad (no era mentiroso) y decía lo que tenía que decir siempre a la cara y con amor (no era chismoso). Por eso, por esa integridad de carácter y esa conciencia iluminada, recibió el odio y el rechazo que recibió, y que le condujo en último término a ser asesinado en una cruz. El mundo no entiende lo que no entiende.
De verdad que si lo pensamos cabalmente nos damos cuenta de cuán lejos estamos de saber vivir el evangelio. Qué bueno sería cada día recordar lo que Jesús estuvo dispuesto a sufrir por mí; porque, al recordarlo, provoca en mí la necesidad de cambiar. Y qué interesante también descubrir que, en el Antiguo Testamento, la palabra traducida como “hipócrita”, janef, significa “sin Dios, que se ha apartado de Dios”.
De esta clase de hipocresía es de la que estoy hablando hoy. No caigamos en el error de creer que somos religiosas cuando, en esencia, nos hemos apartado de Dios y apenas nos mantiene la inercia. Eso es hipocresía. Volvamos a la base, volvamos a los pies de la cruz, sirvamos al que vino a servir.
“Jesús comenzó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: ‘Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de su hipocresía’ ” (Lucas 12:1).