Domingo 15 de diciembre – ¿QUÉ ES LA VERDAD? – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN “Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús:…

 Domingo 15 de diciembre – ¿QUÉ ES LA VERDAD? – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

“Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús: ‘Tú lo has dicho. Yo soy rey. Yo para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad oye mi voz’ ” (Juan 18:37).

Domingo: 15 de diciembre

¿QUÉ ES LA VERDAD?

En Juan 18:28 al 32, el juicio de Jesús no es descrito en detalle. La atención se centra en Jesús llevado ante Poncio Pilato.

Lee Juan 18:33 al 38. ¿De qué hablaron Pilato y Jesús?

 

Juan 18:33-38

33 Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? 34 Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? 35 Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 36 Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. 37 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. 38 Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.

El gobernador pregunta a Jesús si es el Rey de los judíos (Juan 18:33).

Es la primera referencia a este título, pero no será la última. Jesús pregunta a Pilato si su interrogante surge de él o refleja lo que otros dijeron. Su pregunta invierte los roles, pues ahora es Jesús quien interroga al gobernador acerca de si entiende a quién se dirige. El lector ya sabe que Jesús es el Rey. ¿Lo sabe el gobernador? Pilato responde implícitamente con su propia pregunta: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los principales sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” (Juan 18:35). Se trataba de una evasiva, motivada por la irritación que le producía la pregunta de Jesús. Fue el primer paso del gobernador en alejarse de la verdad al dejar que los prejuicios nublaran su percepción.

Jesús responde que su Reino no es de este mundo (Juan 18:36). Pilato deduce entonces, perspicazmente, que Jesús sí afirma que es rey (Juan 18:37). Esto conduce a la importante explicación de Jesús de que nació para dar testimonio de la verdad y que toda persona que es “de la verdad” oye su voz (Juan 18:37).

Pilato pregunta entonces: “¿Qué cosa es la verdad?” (Juan 18:38). Pero no espera la respuesta. En lugar de eso, sale para intentar salvar a Jesús de la multitud.

La verdad es un tema distintivo del Evangelio de Juan. Como Verbo eterno (logos, Juan 1:1-5), Jesús es la Luz y la Verdad. Todo esto contrasta con la oscuridad y el error. Él está lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14). La gracia y la ver- dad vinieron a través de él (Juan 1:17). Juan el Bautista dio testimonio de la verdad (Juan 5:33). Jesús afirmó que su Padre es “veraz” (Juan 7:28). Jesús mismo escuchó la verdad de su Padre (Juan 8:40). Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). La Palabra de Dios es “verdad” (Juan 17:17). A pesar de su pregunta, Pilato perdió la oportunidad de conocer la verdad a causa de sus prejuicios, sus decisiones previas y las presiones que se ejercían sobre él.

¿Cómo entiendes la idea de Jesús como la Verdad?

Comentarios Elena G.W

Cuando el Salvador fue llevado al tribunal, Pilato le miró con ojos nada amistosos. El gobernador romano había sido sacado con premura de su dormitorio, y estaba resuelto a despachar el caso tan pronto como fuese posible. Estaba preparado para tratar al preso con rigor. Asumiendo su expresión más severa, se volvió para ver qué clase de hombre tenía que examinar, por el cual había sido arrancado al descanso en hora tan temprana. Sabía que debía tratarse de alguno a quien las autoridades judías anhelaban ver juzgado y castigado apresuradamente.

Pilato miró a los hombres que custodiaban a Jesús, y luego su mirada descansó escrutadoramente en Jesús. Había tenido que tratar con toda clase de criminales; pero nunca antes había comparecido ante él un hombre que llevase rasgos de tanta bondad y nobleza. En su cara no vio vestigios de culpabilidad, ni expresión de temor, ni audacia o desafío. Vio a un hombre de porte sereno y digno, cuyo semblante no llevaba los estigmas de un criminal, sino la firma del Cielo (El Deseado de todas las gentes, p. 671 ).

La áurea oportunidad de Pilato había pasado. Sin embargo Jesús no le dejó sin darle algo más de luz. Aunque no contestó directamente la pregunta de Pilato, expuso claramente su propia misión. Le dio a entender que no estaba buscando un trono terrenal…

Díjole entonces Pilato: ¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz».

Cristo afirmó que su palabra era en sí misma una llave que abriría el misterio para aquellos que estuviesen preparados para recibirlo. Esta palabra tenía un poder que la recomendaba, y en ello estribaba el secreto de la difusión de su reino de verdad. Deseaba que Pilato comprendiese que únicamente si recibía y aceptaba la verdad podría reconstruirse su naturaleza arruinada.

Pilato deseaba conocer la verdad. Su espíritu estaba confuso. Escuchó ávidamente las palabras del Salvador, y su corazón fue conmovido por un gran anhelo de saber lo que era realmente la verdad y cómo podía obtenerla. «¿Qué cosa es verdad?» preguntó. Pero no esperó la respuesta. El tumulto del exterior le hizo recordar los intereses del momento (El Deseado de todas las gentes, p. 675).

Los enemigos de Cristo habían pedido un milagro como prueba de su divinidad. Tenían una prueba mayor que cualquiera de las que buscasen. Así como su crueldad degradaba a sus atormentadores por debajo de la humanidad a semejanza de Satanás, así también la mansedumbre y paciencia de Jesús le exaltaban por encima de la humanidad y probaban su relación con Dios. Su humillación era la garantía de su exaltación. Las cruentas gotas de sangre que de sus heridas sienes corrieron por su rostro y su barba, fueron la garantía de su ungimiento con el «óleo de alegría» (Hebreos 1:9) como sumo sacerdote nuestro (El Deseado de todas las gentes, p. 683).

Elena G.W

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