Domingo 25 de agosto – LA ENTRADA TRIUNFAL – CONTROVERSIAS EN JERUSALÉN

CONTROVERSIAS EN JERUSALÉN “Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre que está en…

 Domingo 25 de agosto – LA ENTRADA TRIUNFAL – CONTROVERSIAS EN JERUSALÉN

CONTROVERSIAS EN JERUSALÉN

“Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre que está en los cielos perdone también sus ofensas” (Mar. 11: 25).

Domingo: 25 de agosto

LA ENTRADA TRIUNFAL

Lee Marcos 11:1 al 11; y Zacarías 9:9 y 10. ¿Qué está sucediendo aquí?

 

Marcos 11:1-11

1 Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decid que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá. Fueron, y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron. Y unos de los que estaban allí les dijeron: ¿Qué hacéis desatando el pollino? Ellos entonces les dijeron como Jesús había mandado; y los dejaron. Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él. También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! 11 Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce.

 

Zacarías 9:9-10

Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. 10 Y de Efraín destruiré los carros, y los caballos de Jerusalén, y los arcos de guerra serán quebrados; y hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra.

La mitad de esta historia se refiere al envío de dos discípulos, por parte de Jesús, a un poblado cercano para buscar un asno en el que él entraría a Jerusalén. ¿Por qué se dedica tanto tiempo a este relato?

La respuesta es doble. Primero, porque demuestra las capacidades proféticas de Jesús, exaltando así la dignidad de su arribo y vinculándolo a la voluntad de Dios. Segundo, este aspecto de la historia establece una conexión con Zacarías 9:9 y 10, que describe al rey entrando en Jerusalén montado sobre un burro. También es reminiscente de la entrada de Salomón en Jerusalén sobre un asno (1 Rey. 1:32-48), cuando Adonías trató de usurpar el trono y David ordenó que Salomón fuera inmediatamente coronado.

“Quinientos años antes del nacimiento de Cristo, el profeta Zacarías predijo así la venida del Rey de Israel. Esta profecía se iba a cumplir ahora. El que siempre había rechazado los honores reales iba a entrar en Jerusalén como el prometido heredero del trono de David” (DTG 523).

Jerusalén está ubicada en una región de colinas, a una altitud de unos 740 metros. En los días de Jesús, su población era de entre 40.000 y 50.000 personas, pero ese número aumentaba en ocasión de la Pascua. La ciudad cubría una superficie de unos 125 kilómetros cuadrados, pero el monte sobre el que se erigía el Templo ocupaba casi 18 de esos kilómetros. El hermoso complejo del Templo dominaba la ciudad.

Jesús entró por el este: descendió por el Monte de los Olivos e ingresó en la ciudad probablemente por la Puerta Dorada (actualmente tapiada) en dirección al Monte del Templo. La ciudad entera se vio agitada por la llegada de Jesús, pues todos se daban cuenta de la relevancia de su acción simbólica. La multitud que acompañaba a Jesús gritaba hosanna, un término cuyo significado original era “salva ahora”, pero que luego llegó a tener el sentido de “gloria a Dios”.

El tiempo del secreto, de la confidencialidad en la que Jesús había insistido a lo largo del Evangelio de Marcos, ha terminado. Ahora Jesús entra en la ciudad mediante una bien conocida acción simbólica vinculada a la realeza. Ingresa al Templo, pero por cuanto es tarde, simplemente mira alrededor y parte luego a Betania con los doce discípulos. Lo que pudo haber terminado en una revuelta concluye, en cambio, con su serena salida de allí. Pero el día siguiente sería diferente.

La acción de montar sobre un asno sugiere humildad. ¿Por qué es ese un rasgo tan importante, especialmente para los cristianos? ¿Hay algo de que podamos enorgullecernos a la luz de la Cruz?

Comentarios Elena G.W

Fue en el primer día de la semana cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Las multitudes que se habían congregado para verle en Betania le acompañaban ansiosas de presenciar su recepción. Mucha gente que iba en camino a la ciudad para observar la Pascua se unió a la multitud que acompañaba a Jesús. Toda la naturaleza parecía regocijarse. Los árboles estaban vestidos de verdor y sus flores comunicaban delicada fragancia al aire. Nueva vida y gozo animaban al pueblo. La esperanza del nuevo reino estaba resurgiendo.

Como quería entrar cabalgando en Jerusalén, Jesús había enviado a dos de sus discípulos para que le trajesen una asna y su pollino. . . Jesús escogió para su uso un pollino sobre el cual nunca se había sentado nadie. Con alegre entusiasmo, los discípulos extendieron sus vestidos sobre la bestia y sentaron encima a su Maestro. En ocasiones anteriores, Jesús había viajado siempre a pie, y los discípulos se extrañaban al principio de que decidiese ahora ir cabalgando. Pero la esperanza nació en sus corazones al pensar gozosos que estaba por entrar en la capital para proclamarse rey y hacer valer su autoridad real. Mientras cumplían su diligencia, comunicaron sus brillantes esperanzas a los amigos de Jesús y, despertando hasta lo sumo la expectativa del pueblo, la excitación se extendió lejos y cerca (El Deseado de todas las gentes, pp. 523, 524).

Cristo seguía la costumbre de los judíos en cuanto a una entrada real. El animal en el cual cabalgaba era el que montaban los reyes de Israel, y la profecía había predicho que así vendría el Mesías a su reino. No bien se hubo sentado sobre el pollino cuando una algazara de triunfo hendió el aire. La multitud le aclamó como Mesías, como su Rey. Jesús aceptaba ahora el homenaje que nunca antes había permitido que se le rindiera, y los discípulos recibieron esto como una prueba de que se realizarían sus gozosas esperanzas y le verían establecerse en el trono. La multitud estaba convencida de que la hora de su emancipación estaba cerca. En su imaginación, veía a los ejércitos romanos expulsados de Jerusalén, y a Israel convertido una vez más en nación independiente. Todos estaban felices y alborozados; competían unos con otros por rendirle homenaje… Eran incapaces de presentarle dones costosos, pero extendían sus mantos como alfombra en su camino… No podían encabezar la procesión triunfal con estandartes reales, pero esparcían palmas, emblema natural de victoria, y las agitaban en alto con sonoras aclamaciones y hosannas (El Deseado de todas las gentes, p. 524).

El universo entero se maravilló al ver que Cristo debía humillarse a sí mismo para salvar al hombre caído. El hecho de que Aquel que había pasado de una estrella a otra, de un mundo a otro, dirigiéndolo todo, satisfaciendo, mediante su providencia, las necesidades de todo   orden de seres de su enorme creación, consintiese en dejar su gloria para tomar sobre sí la naturaleza humana, era un misterio que todas las inmaculadas inteligencias de los otros mundos deseaban entender (Historia de los patriarcas y profetas, p. 56).

Elena G.W

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