Hoy, en la iglesia, viví una experiencia reveladora. Duró un instante, pero me dejó huella. Fue un sermón de dos frases: una, un puñetazo; la otra, una terapia. La comparto contigo, porque creo que puede ser reveladora para ti también.
Yo estaba en mi banco y delante de mí se sentaba un desconocido. Llevaba gafas de sol y su postura era como si estuviera en un partido de fútbol. Iba en jeans y camisa remangada; muy informal. Mientras yo lo observaba, desde la plataforma presentaban al predicador: un departamental de una División de la Iglesia Adventista. Ya sabes cómo se hacen esas presentaciones, con bombo y platillo.
Pero el protagonista de mi escena no era el predicador de la plataforma, sino mi desconocido “predicador” del banco de delante. De pronto, lo vi agarrar su celular. Le había entrado un mensaje y se puso a leerlo colocando el teléfono de tal modo que también lo podía leer yo. Decía: “Esta gente se cree superior a nosotros, yo me voy”. Me quedé de piedra; normalmente yo soy esa “gente”.
A mí suelen invitarme a predicar a lugares donde nunca he estado, a gente que no conozco, y me presentan con bombo y platillo. Pensé: “Así es como muchas personas me deben de juzgar a mí”. Me dolió. Pero mi sermón tuvo un final feliz. Sin inmutarse, el desconocido informal escribió (mientras yo veía cada hermosa letra surgir en la pantalla): “A mí eso no me importa. Estoy aquí para alabar a Dios. Yo me quedo”.
Gracias a Dios por la autenticidad cristiana, que aún existe y me motiva a seguir intentando ser auténtica. Gracias, querido desconocido, por recordarme que nuestros juicios no son la realidad. Nuestros pensamientos son solo eso, pensamientos; no son hechos, como, por cierto, demostró el departamental que estaba en la plataforma. Desde una humildad extraordinaria, dio un sermón que me removió por dentro, en el que no se discernía ningún sentimiento de superioridad.
Si la persona que envió aquel primer mensaje de celular se fue o se quedó a oír el sermón, lo desconozco. Ojalá se haya quedado, para que pudiera comprender cuán absurdo es crear barreras basándonos en percepciones, que no son hechos ni realidades, y que ignoran el hecho y la realidad de que todos podemos mejorar.
Yo me quedo con esta decisión: estoy aquí para alabar a Dios, y no para juzgar al prójimo. ¿Y tú, con qué te quedas? ¿O tal vez te vas?
“No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes” (Mat. 7:1).