Después de treinta años como azafata de American Airlines, Mary Ann estaba recién jubilada y feliz de poder hacer con su vida lo que siempre había deseado: ayudar a los demás. Fue en ese estado de ánimo como, un día de junio de 1995, se detuvo en una gasolinera para repostar.
La mujer que atendía la gasolinera era entrañable y cariñosa, y ese día estaba intentando vender lotería. Mary Ann, sin expectativa de ganar nada, aceptó comprar un billete y le dijo: “Si me tocan diez millones, te daré una parte”. Millie, la dependienta, contestó: “Prefiero que me lleves a almorzar a París”. Millie no tenía idea de lo fácil que era para Mary Ann conseguir un boleto de avión a París.
Mary Ann se fue de la gasolinera reflexionando en el hecho de que, para ella, que le tocara la lotería tenía que ver con recibir varios millones de dólares mientras que, para Millie, su lotería particular era simplemente ganarse un viaje para poder ir a París.
El 21 de diciembre de ese mismo año, Mary Ann visitó a Millie con el único objetivo de entregarle una tarjeta que decía: “Querida Millie, aunque a mí no me tocó la lotería, a ti sí. Elige la fecha que quieras y haz las maletas, porque te vas a almorzar a París. Es mi regalo para ti, por esforzarte tanto para que todos los que entran en contacto contigo se sientan especiales. Gracias y que Dios te bendiga”.1
Cuando se encuentran en la vida dos personas que disfrutan de crear momentos especiales, el resultado es todavía más especial, casi divino, diría yo, porque esa sensibilidad de estar pendiente de cómo hacer la vida agradable al prójimo es inspirada. No es patrimonio de unos cuantos, es patrimonio de Dios, que está dispuesto a concedernos lo que le pidamos. Yo creo que, por el día de hoy, sería una oración interesante pedirle al Señor que nos conceda ser ese tipo de persona que llena vidas ajenas de detalles especiales.
Yo tuve una persona así en mi vida. Mi amigo Juanjo era un creador de momentos especiales, de risas especiales, de espacios para ser, estar y crecer. Su vida me inspiró a ser igual que él; su muerte me ha dejado la responsabilidad de tomar el relevo.
¿Qué te parece si hoy oramos juntas la siguiente oración: “Señor, ayúdame a ser creadora de momentos especiales. Ayúdame a ganarme la vida con lo que doy, no con lo que recibo. Ayúdame a darme cuenta de lo mucho que la gente necesita la existencia de personas que sean diferentes, altruistas, generosas. Enséñame a ser así, con tu poder. Amén”.
“Deléitate en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal. 37:4, RVR95).
1 VV.AA., Sopa de pollo para el alma del trabajador (Florida: Health Communications, Inc.), pp. 30, 31.