Retomando el tema de ayer, te hago una pregunta: ¿Consideras que la Débora del Génesis, la niñera que dedicó su vida a cuidar de Rebeca (lo cual significa, seguramente, que se quedó soltera) fue una mujer de éxito? Para mí, no cabe duda, pues qué éxito mayor podría recibir yo en la vida que ver en la Biblia dos versiculitos sobre mi persona: “Aquí enterraron a Mónica Díaz y solo dos personas la lloraron, porque las sirvió con fidelidad, aunque nadie recuerde su nombre excepto Dios” (1 Ilusiones 1:1, 2).
Ya me gustaría, porque soy cristiana, y eso sería todo un éxito para mí. Pero para la gente —para el mundo— el éxito es otra cosa, y por eso a veces nos frustramos creyendo que no tenemos éxito. Sin embargo, no podemos medir nuestro éxito como mujeres cristianas basándonos en el concepto de éxito que tiene una sociedad escéptica, individualista y materialista.
Según los conceptos que imperan en nuestra sociedad, ¿de cuánto éxito es una madre que ha sacrificado su profesión para criar hijos en los valores del evangelio? ¿Cuánto éxito tiene una mujer que, pudiendo haberse enriquecido con el mal uso de su poder, murió pobre por no apropiarse indebidamente de los millones que pasaron por sus manos?
¿Cuán exitosa es la joven que se ha propuesto no beber, no fumar y no tener relaciones prematrimoniales? ¿Y qué éxito alcanza a los ojos de la sociedad la mujer que renuncia a una gran posición por no trabajar en sábado? Ya te lo digo yo: cero, ninguno, nada.
¿Cómo se mide hoy el éxito? En términos de competitividad: estudiar la carrera más difícil, tener los ingresos más altos, vestir las mejores ropas, ser la más atractiva, vivir en la mejor casa, tener un talento que nadie tiene…
Y eso choca frontalmente con el concepto bíblico del éxito, que se basa (como vimos ayer) en la consagración a Dios y la fidelidad en el servicio al que él nos llama. Débora no está en la Biblia porque fue la mejor niñera de la historia, sino porque hizo un trabajo humilde con una fidelidad totalmente comprometida con Dios.
Y esta es la clave que sirve para todas nosotras: el compromiso debe ser con Dios, y con ninguna otra cosa o persona. De ese compromiso es que deriva la vida virtuosa de la que depende el éxito cristiano.
Ser cristiana significa moverse a un nivel diferente al que se mueve la sociedad que nos rodea. Significa tener otra perspectiva en todas las cosas, incluido el éxito. Ahora la pregunta es: ¿Qué modelo de éxito estás siguiendo tú, el de la Biblia o el de la sociedad?
“Teme al Señor y sírvelo con todo tu corazón” (Jos. 24:14).