Jesús fue amigo de los discípulos, a los que él mismo eligió (eso es lo maravilloso de las amistades: son la familia que tú eliges), y también tuvo más amigos. Leemos en Juan 11:5 que amaba a Marta, a María y a Lázaro, y sabemos que este amor en la Biblia es la amistad. Jesús fue amigo de fariseos, publicanos y pecadores, gente con la que nadie quería relacionarse. ¿Cómo se puede ser amigo de personas tan dispares?
Solo si la amistad se basa en dos pilares: respetar al otro y no juzgarlo. Respetar significa aceptarlo tal como es; y si vas a juzgarlo, será en el sentido de pensar lo mejor de esa persona. Todo otro tipo de juicio de valor es enemigo de la amistad.
Cuando Judas se acercó a Jesús para traicionarlo con un beso, Jesús le dijo: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mat. 26:50). ¡¿”Amigo”?! ¿Jesús llamó “amigo” a la persona que lo iba a traicionar y en el momento en que lo estaba traicionando? Con esa actitud nos enseña otro pilar de la amistad: el perdón.
Una amiga no tiene en cuenta nuestros errores cometidos por ignorancia (caso de Judas, que creía que estaba acelerando el reino del Mesías); por temor (caso de Pedro, que lo negó tres veces por miedo a ser arrestado); o errores con conocimiento de causa, pero de los que nos arrepentimos (caso del apóstol Pablo). Por eso, por lo crucial que es el perdón en la amistad, Cristo debe formar parte de ese vínculo. Solo Cristo nos ayuda a perdonar de verdad y para siempre.
Job dijo: “Un hombre desesperado debería tener el apoyo de sus amigos, aun cuando hubiera pecado contra el Todopoderoso” (Job 6:14, PDT). Él tuvo una experiencia desagradable con sus amigos cuando estaba atravesando la mayor crisis de su vida; y aquí nos transmite, por haberlo aprendido en carne propia, un concepto maravilloso sobre la amistad.
En palabras modernas: eres mi amiga si puedo acudir a ti con lo que sea, sabiendo que no me vas a juzgar ni condenar; sabiendo que me vas a escuchar y, si está en tu mano, ayudar. Pero, bajo ninguna circunstancia, me vas a hacer sentir peor de lo que ya me siento.
Una amiga debe poder ir a ti con sus miserias e incluso con sus crisis de fe, y ser amada igual o más que antes, porque su valentía generará tu admiración. Errar es humano, nunca tendremos ni seremos amigas perfectas. Por eso aprender a perdonar es crucial.
“Quien pasa por alto la ofensa, crea lazos de amor; quien insiste en ella, aleja al amigo” (Prov. 17:9).