Jueves 11 de julio – ¿PUEDES GUARDAR UN SECRETO? – UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS “Y les dijo: ‘Vengan en pos de mí y los haré pescadores de…

 Jueves 11 de julio – ¿PUEDES GUARDAR UN SECRETO? – UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

“Y les dijo: ‘Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres’ ” (Mar. 1:17).

Jueves: 11 de julio

¿PUEDES GUARDAR UN SECRETO?

Lee Marcos 1:40 al 45. ¿Qué nos enseña esto acerca de Jesús y de cómo se relacionó con los marginados de la sociedad?

 

Marcos 1:40-45

40 Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. 41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. 42 Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquel, y quedó limpio. 43 Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, 44 y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos. 45 Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes.

La lepra descrita en este pasaje, al igual que en todo el Antiguo Testamento, no se refiere solo a lo que conocemos hoy como la enfermedad de Hansen, o lepra auténtica. La terminología bíblica sería mejor traducida como “temida enfermedad de la piel” y podía incluir otras dolencias cutáneas.

La lepra propiamente dicha, o mal de Hansen, pudo haber llegado al Cercano Oriente alrededor del tercer siglo antes de Cristo (ver David P. Wright y Richard N. Jones, “leprosy [lepra]”, The Anchor Bible Dictionary, v. 4 [Nueva York: Doubleday, 1992], pp. 277-282). Por lo tanto, el leproso del que habla el pasaje en cuestión pudo haber tenido la enfermedad de Hansen, aunque no sabemos con certeza de qué dolencia sufría, solo que estaba enfermo.

El leproso confía en que Jesús puede limpiarlo. Según Levítico 13, un leproso era ritualmente impuro y debía evitar el contacto con otras personas (ver Lev. 13:45, 46).

Sin embargo, Jesús es movido por la compasión y toca al hombre. “Jesús se compadeció de él. Extendió su mano, lo tocó y le dijo: ‘ Así lo quiero. ¡Queda limpio!’ ” (Mar. 1:41). Esta acción debería haber contaminado ritualmente a Jesús hasta el atardecer, cuando le habría sido requerido que se lavara a fin de volver a ser ritualmente limpio (compara con Levítico 13-15). Pero Marcos tiene claro que la acción de Jesús de tocar al hombre enfermo limpió a este de su lepra. En consecuencia, Jesús no fue ritualmente contaminado por el hecho de tocarlo.

Jesús le dice al hombre que vaya a un sacerdote y que ofrezca el sacrificio ordenado por Moisés para tales casos en Levítico 14. A lo largo del Evangelio de Marcos, Jesús se manifiesta en favor de lo que Moisés enseñó (ver Mar. 7:10; 10:3, 4; 12:26, 29-31). Esa posición está en marcado contraste con los dirigentes religiosos, quienes en pasajes como los de Marcos 7, 10 y 12 desvirtúan el propósito original de las enseñanzas comunicadas por medio de Moisés. Estos detalles explican la orden de guardar silencio dada por Jesús al hombre en Marcos 1:44. Si contaba su curación, esto podía prejuiciar la decisión del sacerdote en contra de Jesús.

Pero el leproso sanado parece no entender esto y, en desobediencia al mandato de Jesús, esparce la noticia por todas partes, lo que impide a Jesús entrar abiertamente en los poblados para realizar su ministerio.

¿Cómo podemos ser cuidadosos para no hacer cosas que obstaculicen la difusión del evangelio, independientemente de cuán buenas sean nuestras intenciones?

Comentarios Elena G.W

Desde lejos, el leproso percibe algunas palabras del Salvador. Le ve poner las manos sobre los enfermos. Ve a los cojos, a los paralíticos, y a los que están muriéndose de diversas enfermedades levantarse sanos y alabar a Dios por su salvación. Su fe se fortalece. Se acerca más y más a la gente que está escuchando. Las restricciones que se le han impuesto, la seguridad del pueblo, el miedo con que todos le miran, todo lo olvida. No piensa más que en la bendita esperanza de curación.

Es un espectáculo repulsivo. La enfermedad ha hecho en él horrorosos estragos y da miedo mirar su cuerpo en descomposición. Al verle, la gente retrocede. Aterrorizados, se atropellan unos a otros para rehuir su contacto. Algunos procuran evitar que se acerque a Jesús, mas en vano. El no los ve ni los oye, ni advierte sus expresiones de repulsión. No ve más que al Hijo de Dios ni oye otra voz sino la que da vida a los moribundos.

Abriéndose paso hasta Jesús, se arroja a sus pies, clamando: «Señor, si quisieres, puedes limpiarme».

Jesús le contesta: «Quiero; sé limpio», y pone su mano sobre él. Mateo 8:2, 3.

Al instante se produce un cambio en el leproso. Su sangre se purifica, sus nervios recuperan la sensibilidad perdida, sus músculos se fortalecen. La pálida tez, propia del leproso, desaparece, caen las escamas de la piel, y su carne se vuelve como la de un niño (El ministerio de curación, pp. 68, 69).

Los discípulos querían evitar que su Maestro le tocara, pues el que tocaba a un leproso quedaba también inmundo. Pero al poner la mano sobre él, Jesús no se contaminó. La lepra fue limpiada. Así sucede con la lepra del pecado, tan profundamente arraigada, tan mortífera, tan imposible de curar por el poder humano… Pero Jesús, al humanar se, no se contamina. Su presencia es virtud curativa para el pecador. Cualquiera que se postre a sus pies, diciéndole con fe: «Señor, si quisieres, puedes limpiarme», oirá esta respuesta: «Quiero: sé limpio».

En algunos casos de curación, no concedía Jesús en el acto el beneficio pedido. Pero en este caso de lepra, apenas oyó la petición la atendió. Cuando oramos para pedir bendiciones terrenales, la respuesta a nuestra oración puede tardar, o puede ser que Dios nos dé algo diferente de lo pedido; pero no sucede así cuando le pedimos que nos libre del pecado. Es su voluntad limpiarnos de pecado, hacernos sus hijos y ayudarnos a llevar una vida santa. Cristo «se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de Dios y Padre nuestro». Gálatas 1:4. «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado». 1 Juan 5:14, 15 (El ministerio de curación, pp. 46, 47).

Elena G.W

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