Jueves 14 de noviembre – NUESTRO TESTIMONIO EN FAVOR DE JESÚS – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN “Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’…

 Jueves 14 de noviembre – NUESTRO TESTIMONIO EN FAVOR DE JESÚS – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

“Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’ ” (Juan 20:29).

Jueves: 14 de noviembre

NUESTRO TESTIMONIO EN FAVOR DE JESÚS

Una y otra vez, cuando Juan presenta testigos de Jesús, su objetivo es llevarnos a una conclusión contundente: “También hizo Jesús muchas otras señales, en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Pero estas fueron escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengan vida por medio de él” (Juan 20:30, 31).

Imagina lo que significó ser testigo presencial de los milagros de Jesús. De haber estado allí, estaríamos entre quienes creyeron, ¿verdad? Sin embargo, nuestras razones para creer en Jesús son mayores que las de quienes presenciaron sus milagros.

¿Por qué? ¿Con qué cosas contamos hoy que no tenían quienes vivieron en la época de Jesús y que deberían ayudarnos a creer? Ver, por ejemplo, Mateo 24:2, 6 al 8 y 14.

 

Mateo 24:2, 6-8 y 14

Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.

Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.

14 Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.

No solo contamos con los poderosos relatos del Evangelio de Juan, sino también tenemos la gran ventaja de ver cómo se cumplió mucho de lo que Jesús y otros escritores bíblicos predijeron, como la destrucción del Templo (Mat. 24:2), la proclamación del evangelio a todo el mundo (Mat. 24:14), la gran apostasía (2 Tes. 2:3), y que el mundo continúa siendo un lugar caído y malvado (Mat. 24:6-8). Durante toda la vida y el ministerio de Jesús, sus seguidores siguieron siendo un pequeño y perseguido grupo de hombres y mujeres que, según todos los criterios humanos, deberían haber desaparecido de la historia hacía mucho tiempo. A diferencia de nosotros, ¿cómo podrían haber sabido que todas estas cosas sucederían? De hecho, nuestra propia fe es el cumplimiento de la profecía de Jesús según la cual el evangelio llegaría a todo el mundo.

Hoy, unos dos mil años después, también nosotros, como seguidores de Jesús, tenemos el privilegio de dar testimonio de Jesús y de lo que él ha hecho por nosotros. No es por los dichos de Natanael, Nicodemo, la mujer de Samaria o las enseñanzas de los fariseos que podemos conocer a Jesús como el Mesías. Es por la lectura de las Escrituras y la convicción producida por el Espíritu Santo que aceptamos a Jesús como el Salvador del mundo.

Cada uno de nosotros, a nuestra manera y a partir de nuestra propia relación con Dios, podemos tener una historia que contar. Puede ser que nuestra historia no sea tan espectacular como la resurrección de un muerto o la restauración de un ciego de nacimiento, pero lo que importa es que conozcamos a Jesús personalmente y demos testimonio de él como lo hicieron los testigos registrados en el Evangelio de Juan.

Comentarios Elena G.W

Contemplando el destino de la ciudad que tanto había amado, el alma de Jesús lamentaba la niña de sus cuidados. El amor no correspondido quebrantó el corazón del Hijo de Dios. Poco se imaginaba la multitud el dolor que embargaba el espíritu de Aquel a quien adoraban. Veían sus lágrimas y oían sus gemidos… pero no podían comprender el significado de su lamento por Jerusalén. Mientras tanto, los gobernantes de Jerusalén han recibido informes de que Jesús se aproxima a la ciudad con un gran concurso de gente. Salen con temor a su encuentro, esperando dispersar la multitud por causa de su propia autoridad.

Cuando la procesión está por descender del monte de las Olivas, los gobernantes la interceptan. Inquieren la causa del tumultuoso regocijo. Cuando preguntan: «¿Quién es este?» los discípulos, llenos de inspiración, contestan. En elocuentes acordes repiten las profecías concernientes a Cristo: Adán os dirá: Esta es la simiente de la mujer, que herirá la cabeza de la serpiente. Preguntadle a Abraham, quien os dirá: Es «Melquisedec, rey de Salem», rey de paz. Jacob os dirá: Es Shiloh, de la tribu de Judá… Daniel te dirá, Él es el Mesías. Oseas te dirá, Él es «Dios de los ejércitos; Jehová es su nombre.». Oseas 12:5. Juan el Bautista te dirá, Él es «el Cordero de Dios, quien quita el pecado del mundo». Juan 1:29. El gran Jehová ha proclamado desde Su trono, «Este es mi Hijo amado». Mateos 3:17. Nosotros, Sus discípulos, diremos, Este es Jesús, el Mesías, el Príncipe de vida, el Redimido del mundo (The Spirit of Prophecy, t. 2, p. 395; parcialmente en El Deseado de todas las gentes, pp. 531, 532).

Tenemos los grandes principios de la salvación revelados en la Palabra de Dios, que tratan de nuestro bienestar eterno, y nuestras propias almas deberían estar encendidas con el amor de Dios. Deberíamos estar prestos a proclamar sus alabanzas. Cristo debe morar en nuestros corazones mediante la fe, a fin de poder aprender de él y ser colaboradores suyos. Debemos ir unidos, decididos, con la ayuda de Dios, a dar testimonio de su gloria en cada acto de nuestra vida (The Review and Herald, 22 de octubre, 1889, párrafo 10).

Tenemos una obra importantísima que hacer: la obra de obedecer a Cristo y dar testimonio de él. Dijo a sus discípulos: «Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio». Los discípulos habían de ser honrados dando testimonio de la misión de Cristo. Habían estado con él constantemente y habían adquirido un conocimiento valiosísimo para impartir a los demás. Nosotros no podemos estar con Cristo presencialmente como lo estuvieron sus primeros discípulos, pero él ha enviado a su Espíritu Santo para guiarnos a toda la verdad, y por medio de este poder nosotros también podemos dar testimonio del Salvador (The Gospel Herald, 10 de agosto, 1900, párrafo 2).

Elena G.W

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