Satanás reclama el mundo como suyo. Pretende que sea suyo. Entonces, ¿le daremos lo que reclama? No. Yo soy propiedad de otro. He sido comprada por precio, y mi tarea consiste en glorificar a Dios en mi cuerpo y en mi espíritu. No tengo tiempo para hablar acerca de la incredulidad. Debo hablar acerca de la fe. Tengo que fortalecer la fe por medio del ejercicio. Y entonces mi fe crecerá a medida que me aventure basándome en las promesas de Dios, y así puedo abarcar cada vez más…
Una sola palabra de duda, o relativa a malos pensamientos y malas expresiones, da lugar a muchas más de la misma clase. Es la siembra de una semilla que dará lugar a una cosecha que nadie tendrá interés en levantar.
Los que están perturbados por las dudas y tienen dificultades que no pueden resolver, no deberían arrojar a otras mentes débiles en las mismas perplejidades. Algunos han sugerido su incredulidad, han hablado acerca de ella, y la han transmitido a otros, sin darse cuenta del efecto que esto produce. En algunos casos las semillas de incredulidad han producido un efecto inmediato, mientras que en otros han permanecido sepultadas por mucho tiempo, hasta que el individuo ha asumido una conducta equivocada y le ha dado lugar al enemigo, se le ha quitado la luz de Dios y ha caído bajo las poderosas tentaciones de Satanás. Entonces las semillas de incredulidad, que habían sido sembradas hacía tanto tiempo, comenzaron a germinar. Satanás las cultivó, y dieron su fruto (Mente, carácter y personalidad, t. 2, pp. 702, 703).
Recordad que vuestros hermanos son personas falibles como vosotros mismos, y considerad sus tropiezos y errores con la misma misericordia y paciencia que quisierais que ellos mostrasen hacia vosotros. No deben ser vigilados ni sus errores exhibidos abiertamente para que el mundo se deleite en ellos. Los que se atreven a hacer esto, se han subido al tribunal y se han constituido en jueces, mientras que han descuidado el huerto de sus propios corazones y permitido que la maleza venenosa crezca en gran abundancia.
Cada uno de nosotros, individualmente, tiene un caso pendiente en el tribunal del cielo. El carácter está siendo pesado en las balanzas del santuario y debiera ser el sincero deseo de todos caminar con humildad y cuidado, no sea que, olvidando dejar brillar su luz ante el mundo no obtengan la gracia de Dios y pierdan todo lo que es de valor. Toda disensión, toda diferencia y crítica debe ser puesta a un lado, junto con toda maledicencia y amargura; deben atesorarse la bondad, el amor y la compasión mutuas, para que la oración de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como lo son él y su Padre pueda ser contestada. La armonía y la unidad de la iglesia son las credenciales que ellos presentan ante el mundo demostrando que Jesús es el Hijo de Dios. La conversión genuina siempre conducirá hacia el amor genuino por Jesús y por todos aquellos por quienes él murió (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 259).