Jueves 2 de mayo – LA OBEDIENCIA: EL FRUTO DE LA FE – FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

FE CONTRA TODO PRONÓSTICO “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Jueves 2…

 Jueves 2 de mayo – LA OBEDIENCIA: EL FRUTO DE LA FE – FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).

Jueves 2 de mayo

LA OBEDIENCIA: EL FRUTO DE LA FE

Lee Romanos 3:27 al 31; 6:15 al 18; y 8:1 y 2. ¿Qué nos enseñan estos versículos sobre la salvación solo por la justicia de Cristo?

 

Romanos 3:27- 31

27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. 28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. 29 ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. 30 Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. 31 ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.

 

Romanos 6:15-18

15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. 16 ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? 17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.

 

Romanos 8:1-2

1Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Un nuevo viento soplaba en la iglesia cristiana en los días de Lutero. A decenas de miles de personas se les enseñó a apartar la mirada de su yo pecaminoso y a contemplar a Jesús. Indudablemente, estas personas, al mirarse a sí mismas y comprobar cómo eran, solo veían cosas que las desanimaban. ¿Qué creyente no tiene la misma experiencia actualmente? Por eso tenemos que mirar a Jesús.

La gracia de Dios nos cambia. Cierto día, John Wesley asistió a una reunión morava en Londres. Wesley quedó asombrado mientras escuchaba la lectura de la introducción de Lutero a Romanos. Por primera vez en su vida, empezó a entender el evangelio. Algo se conmovió en su interior, y se sintió extrañamente atraído por este Cristo que había dado su vida por él. Exclamó: “Sentí que confiaba en Cristo, solo en Cristo para la salvación; y tuve la seguridad de que él había quitado mis pecados, aun los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte” (John Whitehead, The Life of the Rev. John Wesley, M.A. [Londres: Stephen Couchman, 1793], p. 331).

Lee 1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18; Colosenses 1:10; y Efesios 4:18 al 24. ¿Qué verdades vitales revelan estos pasajes sobre la vida cristiana?

 

1 Pedro 2:2

desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación,

 

2 Pedro 3:18

18 Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

 

Colosenses 1:10

10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;

 

Efesios 4:18-24

18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. 20 Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, 21 si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. 22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

Los reformadores estudiaban sistemáticamente la Palabra para descubrir más verdades. No contentos con el statu quo, ni con una experiencia religiosa rígida con poco o ningún crecimiento, anhelaban constantemente conocer mejor a Cristo. Muchos cristianos de la Edad Media que creían en la Biblia pagaron un precio muy alto por su determinación. Fueron torturados, encarcelados, exiliados y ejecutados. Confiscaban sus propiedades, quemaban sus casas, asolaban sus tierras y perseguían a sus familias. Cuando los expulsaban de sus hogares, buscaban una ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10). Cuando los torturaban, bendecían a sus torturadores, y cuando languidecían en oscuras y húmedas mazmorras, reclamaban las promesas de Dios de un mañana mejor. Aunque su cuerpo estaba confinado, eran libres: libres en Cristo, libres en las verdades de su Palabra, libres en la esperanza de su pronto regreso.

Al mirarte a ti mismo, ¿qué esperanza de salvación tienes?

Comentarios Elena G.W

Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es imposible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres participes de la naturaleza divina, ponerlos en armonía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley». Romanos 3:31.

La promesa del nuevo pacto es: «Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré». Hebreos 10:16. Mientras que con la muerte de Cristo iba a desaparecer el sistema de los símbolos que señalaban a Cristo como Cordero de Dios que iba a quitar el pecado del mundo, los principios de justicia expuestos en el Decálogo son tan inmutables como el trono eterno. No se ha suprimido un mandamiento, ni una jota o una tilde se ha cambiado. Estos principios que se comunicaron a los hombres en el paraíso como la ley suprema de la vida existirán sin sombra de cambio en el paraíso restaurado. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol (El discurso maestro de Jesucristo, p. 47).

La pureza, la santidad de la vida de Jesús tal como se la presenta en la Palabra de Dios, poseen un mayor poder para reformar y transformar el carácter que todos los esfuerzos realizados para ilustrar los pecados y crímenes de los hombres con sus seguros resultados. Una mirada resuelta al Salvador levantado sobre la cruz, hará más para purificar la mente y el corazón de toda impureza, de lo que podrán lograr todas las explicaciones científicas expuestas por la lengua más hábil.

Ante la cruz el pecador observa toda la desemejanza de su carácter al de Cristo. Ve las terribles consecuencias de la transgresión; odia el pecado que ha practicado antes, y se aferra de Jesús por medio de una fe viviente. Ha juzgado su grado de pureza a la luz de la presencia de Dios y de los seres celestiales. La ha medido con la norma de la cruz. La ha pesado en las balanzas del santuario. La pureza de Cristo le ha revelado al hombre su propia impureza en sus colores más odiosos. Entonces se aparta del pecado degradante, mira a Jesús y vive (Exaltad a Jesús, 10 de octubre, p. 291).

Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Sin embargo, ahora mismo pueden pedirla a Dios. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que les ayude en sus flaquezas; de otra manera no podrían resistir al mal. El Señor Jesús se complace en que vayamos a él como somos: pecaminosos, sin fuerza, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad, y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza…

Nadie es tan pecador que no pueda hallar fuerza, pureza y justicia en Jesús, quien murió por todos. El está aguardando para quitarles sus vestiduras manchadas y contaminadas de pecado y ponerles los mantos blancos de la justicia; les ordena vivir, y no morir (El camino a Cristo, pp. 52, 53).

Elena G.W

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