Jueves 20 de julio – CÓMO NOS RESCATA DIOS
CÓMO NOS RESCATA DIOS “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun…
CÓMO NOS RESCATA DIOS
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados nos dio vida junto con Cristo. Por gracia ustedes han sido salvados” (Efe. 2:4, 5).
Jueves: 20 de julio
AHORA SALVADOS POR DIOS
Vuelve a leer Efesios 2:1 al 10, concentrándote en la conclusión de Pablo en los versículos 8 al 10. ¿Qué aspectos destaca al concluir el pasaje?
Efesios 2:1-10
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
En Efesios 2:1 al 3, Pablo documenta que la salvación de los creyentes en Éfeso no se produce por su buen comportamiento ni por sus cualidades encantadoras. Cuando comienza la historia, están espiritualmente muertos. No hay ni una chispa de vida ni de valor en ellos (Efe. 2:1). El pecado los venció completamente (Efe. 2:1). No manifiestan ninguna iniciativa personal, sino que Satanás mismo los guía, además de sus bajas pasiones y sus delirios mentales (Efe. 2:2, 3).
Sin saberlo, se encuentran en una situación mucho peor que la de carecer simplemente de vida espiritual o de virtud. Juntamente con toda la humanidad, son los enemigos del verdadero Dios y se encaminan hacia un día final de juicio divino. Son “hijos de ira, igual que los demás” (Efe. 2:3).
En vez de estar arraigada en sus cualidades, su salvación se fundamenta en el inexplicable amor de Dios, un amor que no puede explicarse sobre la base de ningún valor que resida en el objeto de ese amor. Con misericordia y amor, Dios actúa en favor de ellos en Cristo Jesús (Efe. 2:4), resucitándolos de la muerte espiritual. Mediante la intervención de Dios, experimentan un itinerario asombroso que sigue la trayectoria de Jesús mismo. Desde las profundidades extremas de la muerte espiritual total y la esclavitud demoledora, resucitan, se transportan al “cielo” y se sientan con Cristo en el Trono cósmico (Efe. 2:5, 6). Sin embargo, esta intervención divina, similar a un rayo, no es un fenómeno momentáneo. Tiene poder de permanencia real, durabilidad eterna, porque Dios tiene la intención de mostrar su gracia hacia ellos en Cristo Jesús por toda la Eternidad (Efe. 2:7).
En su conclusión de Efesios 2:1 al 10, en los versículos 8 al 10, Pablo retoma el tema, con el deseo de asegurarse de que su argumento se mantenga firme: la salvación de los creyentes es una obra divina, no humana. No se origina en nosotros sino en el don de Dios. Ningún ser humano puede jactarse de haberlo provocado (Efe. 2:8, 9). Si permanecemos en la gracia de Dios, nosotros, los creyentes, somos pruebas vivientes de su gracia y solo su gracia. Somos sus obras maestras, creadas por Dios “en Cristo Jesús” (Efe. 2:10).
¿Por qué es tan importante que entendamos que nuestra salvación proviene de Dios y no se basa en nuestro propio valor o esfuerzo?
Comentarios Elena G.W
Tal es la gracia de Dios, y tal el amor con el cual nos ha amado, aún cuando estábamos muertos en transgresiones y pecados, enemigos en nuestras mentes a causa de las obras impías, esclavos de diversas pasiones y placeres y apetitos pervertidos, siervos del pecado y de Satanás. Cuán profundo es el amor manifestado por Cristo al transformarse en la propiciación de nuestros pecados. Mediante la ministración del Espíritu Santo las almas son guiadas a encontrar el perdón de los pecados.
La pureza, la santidad de la vida de Jesús tal como se la presenta en la Palabra de Dios, poseen un mayor poder para reformar y transformar el carácter que todos los esfuerzos realizados para ilustrar los pecados y crímenes de los hombres con sus seguros resultados. Una mirada resuelta al Salvador levantado sobre la cruz, hará más para purificar la mente y el corazón de toda impureza, de lo que podrán lograr todas las explicaciones científicas expuestas por la lengua más hábil (Exaltad a Jesús, p. 291).
Dios revela en su Palabra lo que puede hacer por los seres humanos. Amolda y adapta de acuerdo con la semejanza divina los caracteres de aquellos que quieran llevar el yugo de Cristo. Por medio de su gracia son hechos participantes de la naturaleza divina, y así se los capacita para vencer la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Dios es quien nos da poder para vencer. Los que oyen su voz y obedecen sus mandamientos, reciben el poder para formar caracteres rectos. Los que desobedecen sus órdenes explícitas, formarán caracteres similares a las propensiones que fomentan.
Lo que hace accesible para nosotros la comunión con Dios es el conocimiento de la perfección del carácter divino manifestado a nosotros en Jesucristo. Apropiándonos de las grandes y preciosas promesas llegamos a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 954, 955).
Nuestra aceptación por parte de Dios es segura solamente por medio de su amado Hijo, y las buenas obras son únicamente el resultado de la obra de su amor perdonador. Las obras no son ningún crédito para nosotros, y no se nos concede nada debido a nuestras buenas obras por lo cual podamos reclamar una parte en la salvación de nuestras almas. La salvación es un don gratuito de Dios al creyente, que le es concedido solamente por Cristo. El alma atribulada puede encontrar paz por medio de su fe en Cristo, y su paz estará en proporción a su fe y confianza. No puede presentar sus buenas obras como un mérito para la salvación de su alma.
¿Pero no son las buenas obras de ningún valor? El pecador que todos los días comete pecado impunemente, ¿es considerado por Dios con el mismo favor como aquel que por medio de la fe en Cristo lucha por lograr su integridad? Las Escrituras contestan: «Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Efesios 2:10 (Mensajes selectos, t. 3, p. 227).