- agosto 22, 2024
Jueves 22 de agosto – “¿QUÉ QUIERES QUE TE HAGA?» – INSTRUYENDO A LOS DISCÍPULOS: PARTE 2
INSTRUYENDO A LOS DISCÍPULOS: PARTE 2 “Porque el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, sino para servir y…
INSTRUYENDO A LOS DISCÍPULOS: PARTE 2
“Porque el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45).
Jueves: 22 de agosto
“¿QUÉ QUIERES QUE TE HAGA?»
Lee Marcos 10:46 al 52. ¿Cómo reaccionó Bartimeo al saber que Jesús estaba pasando por donde él estaba?
Marcos 10:46-52
46 Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. 47 Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! 48 Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! 49 Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. 50 Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. 51 Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.
Hasta este punto en el Evangelio de Marcos, Jesús ha estado, con pocas excepciones, pidiendo a la gente que guarde silencio acerca de sus milagros y de quién es él. En el caso de este incidente, mientras está saliendo de Jericó, un hombre ciego que mendiga junto al camino, al escuchar que está pasando por allí Jesús de Nazaret, comienza a gritar: “¡Jesús! ¡Hijo de David! ¡Ten compasión de mí!” (Mar. 10:47). En armonía con el tema revelación/secreto del libro, la multitud asume el papel de quienes piden silencio mientras tratan, insatisfactoriamente, de acallar al ruidoso mendigo.
Pero Bartimeo no se inmuta, y grita aún más fuerte, “Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí” (Mar. 10:48). Sus palabras son a la vez una confesión de fe en Jesús como el Mesías y de confianza en que puede sanarlo. El título “Hijo de David” estaba conectado en los días de Jesús con dos conceptos: la restauración de un rey en el trono de Israel (compara con Isa. 11; Jer. 23:5, 6; 33:15; Eze. 34:23, 24; 37:24: Miq. 5:2-4; Zac. 3:8; 6:12), y que este personaje sería un sanador y exorcista.
Jesús se detiene y pide que llamen al hombre ciego. Significativamente, el hombre arroja su capa al acudir a Jesús. En esos días, las personas ciegas estaban en lo más bajo de la sociedad, junto con las viudas y los huérfanos. Eran individuos que estaban por debajo del nivel de subsistencia y en verdadero peligro. La capa constituía la seguridad de aquel hombre. Despojarse de ella significaba que tenía fe en que Jesús lo sanaría.
Jesús nunca decepciona a las personas. Por cierto, en los evangelios, todo aquel que acude a él por ayuda siempre la recibe. Jesús hace la misma pregunta que a Santiago y Juan en Marcos 10:36: “¿Qué quieres que te haga?” (Mar. 10:51). Sin la menor duda, el hombre ciego pide recibir la vista, la que es inmediatamente restaurada por Jesús. El exciego sigue entonces a Jesús en el camino.
Esta historia es la conclusión de la sección de Marcos acerca del discipulado; cierra el paréntesis que fue abierto con la curación de un ciego en Marcos 8:22 al 26. Las dos historias ilustran el hecho de que el discipulado consiste en ver el mundo con nuevos ojos, a veces no claramente al principio, pero siempre siguiendo a Jesús en armonía con su conducción.
¿De qué maneras has clamado a veces: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”? ¿Qué sucedió entonces y qué aprendiste de esta experiencia?
Comentarios Elena G.W
El ciego Bartimeo esperaba a la vera del camino. Había esperado mucho tiempo para encontrar a Jesús.
Multitudes que poseen la vista pasan de un lado a otro sin el deseo de ver a Jesús. Una mirada de fe sería como un toque de amor en su corazón, y les daría la bendición de su gracia; pero no conocen la enfermedad y la pobreza de su alma, y no sienten necesidad de Cristo. No ocurre lo mismo con el pobre ciego. Su única esperanza está en Jesús. Mientras aguarda y vela, escucha el ruido de muchos pasos, y pregunta ansiosamente: «¿Qué significa este ruido?» El viandante le contesta que es Jesús de Nazaret. Con la ansiedad del deseo intenso, exclama: «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí». Tratan de hacerlo callar, pero clama con mayor vehemencia: «Hijo de David, ten misericordia de mí». Se escucha este llamamiento. Su fe perseverante recibe recompensa. No solo se restaura su vista física, sino que se abre el ojo de su entendimiento. En Cristo ve a su Redentor, y el Sol de justicia resplandece en su alma. Todos los que sienten su necesidad de Cristo, como el ciego Bartimeo, y quieren manifestar el fervor y la determinación suyas, recibirán como él la bendición que anhelan (Hijos e hijas de Dios, p. 128).
Así como el pámpano debe permanecer en la vid para obtener la savia vital que lo hace florecer, los que aman a Dios y guardan todos sus dichos deben permanecer en su amor. Sin Cristo no podemos subyugar un solo pecado ni vencer la menor tentación. Muchos necesitan el Espíritu de Cristo y su poder para iluminar su entendimiento, tanto como el ciego Bartimeo necesitaba su vista natural. «Como el pámpano no puede llevar fruto de por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi» Juan 15:4. Todos los que están realmente en Cristo experimentarán el beneficio de esta unión. El Padre los acepta en el Amado y se transforman en el objeto de su solícito, tierno y amante cuidado. Esta relación con Cristo traerá la purificación del corazón, así como una vida circunspecta y un carácter sin tacha. El fruto que lleva el árbol cristiano es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». Gálatas 5:22, 23 (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 348, 349).
No basta comprender la amante bondad de Dios ni percibir la benevolencia y ternura paternal de su carácter. No basta discernir la sabiduría y justicia de su ley, ver que está fundada sobre el eterno principio del amor. El apóstol Pablo… Ansiaba la pureza, la justicia que no podía alcanzar por sí mismo, y dijo: «¡Oh hombre infeliz que soy! ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?» Romanos 7:24. La misma exclamación ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones cargados. Para todos ellos hay una sola contestación: «¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» Juan 1:29 (El camino a Cristo, p. 19).