Jueves 25 de abril – ANIMADOS POR LA ESPERANZA – DEFENDAMOS LA VERDAD

DEFENDAMOS LA VERDAD “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea…

 Jueves 25 de abril – ANIMADOS POR LA ESPERANZA – DEFENDAMOS LA VERDAD

DEFENDAMOS LA VERDAD

“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15).

Jueves: 25 de abril

ANIMADOS POR LA ESPERANZA

Lee Hebreos 2:14 y 15. ¿Cómo vivieron los creyentes de la Edad Media la realidad del Gran Conflicto?

 

Hebreos 2:14-15

14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

¿Qué era lo que animaba a los fieles valdenses durante las horribles persecuciones que enfrentaron? ¿Qué les dio valor a Hus y a Jerónimo, a Tyndale, a Latimer y a los mártires de la Edad Media para enfrentar las llamas y la espada? La fe en las promesas de Dios. Creyeron en la promesa de Cristo: “Porque yo vivo, ustedes también vivirán” (Juan 14:19). La fuerza de Cristo les bastaba para las mayores pruebas de la vida. Incluso hallaban gozo en participar de los sufrimientos de Cristo. Y su fidelidad era un poderoso testimonio para el mundo.

Miraban más allá del presente, hacia el futuro. Sabían que, gracias a la resurrección de Cristo, la muerte era un enemigo derrotado. Para estos hombres y mujeres valientes, el dominio de la muerte se había roto. Se aferraron a las promesas de la Palabra de Dios, y salieron victoriosos.

Lee Juan 5:24; 11:25 y 26; y 1 Juan 5:11 al 13. ¿Qué seguridad te dan personalmente estas promesas? ¿Cómo nos ayudan en las pruebas de la vida?

 

Juan 5:24

24 De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.

 

Juan 11:25-26

25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

 

1 Juan 5:11-13

11 Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. 13 Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.

Juan Hus no vaciló ante la prisión, la injusticia y la muerte misma. Languideció en la cárcel durante meses. El frío y la humedad le provocaron una fiebre que estuvo a punto de acabar con su vida. Sin embargo, “la gracia del Señor lo sostuvo. Durante las semanas de padecimientos que sufrió antes de su condena final, la paz del Cielo inundó su alma. A un amigo, decía: ‘Escribo esta carta en la cárcel, y con la mano encadenada, a la espera de que mañana se cumpla mi sentencia de muerte […]. En el día en que por la gracia del Señor nos encontremos otra vez gozando de la paz deliciosa de la vida futura, sabrás cuán misericordioso ha sido Dios conmigo, y cuán admirablemente me ha sostenido en medio de mis tentaciones y pruebas’ (Bonnechose, t. 2, p. 67). En la lobreguez de su calabozo, previó el triunfo de la fe verdadera” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 115).

La amonestación del apóstol Pablo nos habla con mayor relevancia en la actualidad. “Mantengamos firme la esperanza que profesamos, sin fluctuar, que fiel es el que prometió” (Heb. 10:23). Así como las promesas de Dios sostuvieron a su pueblo en el pasado, también nos sostienen a nosotros hoy.

¿Qué significaría perder todo por Cristo? ¿Qué perdemos realmente, en definitiva? (Ver Mar. 8:36). ¿Qué lecciones podemos aprender de los valdenses y de los reformadores que puedan sostenernos en el conflicto final de la Tierra?

Comentarios Elena G.W

¿Cuál fue la fortaleza de los que en tiempos pasados padecieron persecución por causa de Cristo? Consistió en su unión con Dios, con el Espíritu Santo y con Cristo. El vituperio y la persecución han separado a muchos de sus amigos terrenales, pero nunca del amor de Cristo. Nunca es tan amada de su Salvador el alma combatida por las tormentas de la prueba como cuando padece afrenta por la verdad. «Yo le amaré, y me manifestaré a él», dijo Cristo. Juan 14:21. Cuando el creyente se sienta en el banquillo de los acusados ante los tribunales terrenales por causa de la verdad, está Cristo a su lado. Cuando se ve recluido entre las paredes de una cárcel, Cristo se le manifiesta y le consuela con su amor. Cuando padece la muerte por causa de Cristo, el Salvador le dice: Podrán matar el cuerpo, pero no podrán dañar el alma. «Confiad, yo he vencido al mundo». Juan 16:33. «No temas, que yo soy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia». Isaías 41:10 (Los hechos de los apóstoles, p. 70).

La Biblia entera es una manifestación de Cristo.

Las Escrituras deben recibirse como palabra que Dios nos dirige, palabra no meramente escrita sino hablada. Cuando los afligidos acudían a Cristo, discernía él, no solo a los que pedían ayuda, sino a todos aquellos que en el curso de los siglos acudirían a él con las mismas necesidades y la misma fe…

Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de aquel árbol que es «para la sanidad de las naciones». Apocalipsis 22:2. Recibidas y asimiladas, serán la fuerza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Ninguna otra cosa puede infundirnos el valor y la fe que dan vital energía a todo el ser (El ministerio de curación, pp. 84, 85).

Yo encuentro que cada día debo pelear la buena batalla de la fe. Debo ejercer toda mi fe, y no confiar en los sentimientos; debo obrar como si supiera que el Señor me oye y contestará mis pedidos y me bendecirá. La fe no es un vuelo feliz de los sentimientos; es simplemente confiar en la Palabra de Dios, creyendo que él cumplirá sus promesas porque ha dicho que lo haría.

Esperad en Dios, confiad en él y en sus promesas, ya sea que os sintáis felices o no. Una buena emoción no es una evidencia de que seáis hijos de Dios, ni tampoco los sentimientos que producen aflicción y perplejidades son una evidencia de que no sois hijos de Dios. Acudid a las Escrituras y recibid inteligentemente la Palabra de Dios como él la ha dicho. Cumplid con las condiciones y creed que él os aceptará como sus hijos. No seáis faltos de fe, sino creyentes (Nuestra elevada vocación, 23 de abril, p. 121).

Elena G.W

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