Jueves 30 de enero – MOSTRAR COMPASIÓN – LA IRA DEL AMOR DIVINO

LA IRA DEL AMOR DIVINO «Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira…

 Jueves 30 de enero – MOSTRAR COMPASIÓN – LA IRA DEL AMOR DIVINO

LA IRA DEL AMOR DIVINO

«Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo» (Sal. 78: 38).

Jueves: 30 de enero

MOSTRAR COMPASIÓN

Aunque la ira divina es algo “terrible”, de ningún modo es inmoral o contraria al amor. Al contrario, en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, Dios expresa su ira contra el mal a causa de su amor. La ira divina es terrible debido a la naturaleza insidiosa del mal en contraste con la pura bondad y el esplendor de Dios.

En este sentido, el amor, no la ira, es esencial para Dios. Donde no hay maldad ni injusticia, no hay ira. En última instancia, la acción más amorosa de Dios, consistente en erradicar el mal del universo, también hará desaparecer la ira y el enojo, pues la injusticia y la maldad dejarán de existir para siempre. Solo la dicha y la justicia existirán por la eternidad como resultado de una relación de amor perfecta. Nunca más habrá ira divina porque nunca más habrá necesidad de ella. ¡Qué pensamiento tan maravilloso!

A algunos les preocupa que la ira divina pueda interpretarse involuntariamente como una licencia para la venganza humana.

Lee Deuteronomio 32: 35; Proverbios 20: 22; 24: 29; Romanos 12: 17 a 21; y Hebreos 10: 30. ¿Cómo nos protegen estos textos contra la tentación de vengarnos?

 

Deuteronomio 32: 35

35 Mía es la venganza y la retribución; A su tiempo su pie resbalará, Porque el día de su aflicción está cerca no, Y lo que les está preparado se apresura.

 

Proverbios 20: 22

22 No digas: Yo me vengaré; Espera a Jehová, y él te salvará.

 

Proverbios 24: 29

29 No digas: Como me hizo, así le haré; Daré el pago al hombre según su obra.

 

Romanos 12: 17-21

17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. 18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. 19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

 

Hebreos 10: 30

30 Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.

Según las Escrituras, Dios tiene derecho a dictar sentencia y siempre lo hace con perfecta justicia. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento reservan explícitamente la venganza a Dios. Como escribe Pablo en Romanos 12: 19, citando Deuteronomio 32: 35: “No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: ‘Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor’» (RVC).

Si bien Dios es quien termina juzgando la injusticia y el mal, Cristo ha abierto un camino para todos los que creen en él. De hecho, Jesús es quien “nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1: 10; compara con Rom. 5: 8, 9). Esto está de acuerdo con el plan de Dios: “Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5: 9). La ira divina no queda anulada, pero quienes tienen fe en Jesús serán liberados de ella gracias a Cristo.

¿De qué manera la expiación de Cristo ha preservado la justicia a la vez que nos ha librado de la ira? Puesto que se ha hecho esa provisión para cada uno de nosotros a pesar de nuestros defectos, ¿cuánto más misericordiosos deberíamos ser con los demás?

Comentarios Elena G.W

Si Satanás hubiera logrado con su tentación que Cristo pecara en lo mínimo, habría herido la cabeza del Salvador. Tal como sucedieron las cosas, solo le pudo herir el talón. Si hubiera sido tocada la cabeza de Cristo, habría perecido la esperanza de la raza humana. La ira divina habría descendido sobre Cristo así como descendió sobre Adán. Hubieran quedado sin esperanza Cristo y la iglesia.

No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo. Nuestra fe debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con perfecta confianza, con fe plena y entera en el Sacrificio expiatorio. Esto es esencial para que el alma no sea rodeada de tinieblas. Este santo Sustituto puede salvar hasta lo último, pues presentó ante el expectante universo una humildad perfecta y completa en su carácter humano, y una perfecta obediencia a todos los requerimientos de Dios. El poder divino es colocado sobre el hombre para que pueda llegar a ser participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia. Por esto el hombre, arrepentido y creyente, puede ser hecho justicia de Dios en Cristo (Mensajes selectos, t. 1, pp. 299, 300).

Difícilmente hay dos personas cuyas experiencias sean iguales en todos los aspectos. Las pruebas de uno pueden no ser las pruebas de otro; y nuestros corazones deben estar siempre abiertos a la simpatía bondadosa, encendidos con el amor divino que Jesús manifestó por todos sus hermanos. A veces Cristo reprendió con severidad, y en algunos casos puede ser necesario que nosotros hagamos lo mismo; pero debemos considerar que, aunque Cristo conocía la condición exacta de aquellos a quienes reprendía, la cantidad exacta de reprimenda que podían soportar, y lo que era necesario para corregir su mal proceder, también sabía cómo compadecerse de los descarriados, consolar a los desafortunados y alentar a los débiles. Sabía cómo inspirar esperanza y valor, porque conocía los motivos exactos y las pruebas peculiares de cada mente. Reprendía con ternura, y amaba con amor divino a los que reprendía.

Jesús no podía equivocarse; pero el juicio humano es erróneo y puede equivocarse. Los hombres pueden juzgar mal los motivos; pueden ser engañados por las apariencias, y cuando piensan que están haciendo lo correcto al reprender el mal, pueden ir demasiado lejos, censurar demasiado severamente, y herir donde deseaban sanar; o pueden ejercer la simpatía imprudentemente, y, en su ignorancia, contrarrestar la reprensión que es merecida y oportuna.

El Señor quiere que seamos sumisos a su voluntad y santificados para su servicio. El egoísmo debe ser eliminado, junto con cualquier otro defecto de nuestro carácter. Debemos morir diariamente al yo. Pablo tuvo esta experiencia. Dijo: «Cada día muero». Cada día tenía una nueva conversión; cada día avanzaba un paso hacia el cielo. Nosotros también debemos obtener victorias cada día en la vida divina, si queremos gozar del favor de Dios.

Nuestro Dios es clemente, compasivo y misericordioso. Conoce nuestras debilidades y necesidades, y aliviará nuestras flaquezas si confiamos en él (The Signs of the Times, 3 de marzo, 1887).

Elena G.W

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