Jueves 7 de septiembre – AMOS QUE SON ESCLAVOS – PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO “Y ustedes, amos, hagan con ellos lo mismo. Dejen las amenazas, sabiendo que el…

 Jueves 7 de septiembre – AMOS QUE SON ESCLAVOS – PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

PRACTIQUEMOS LA LEALTAD SUPREMA A CRISTO

“Y ustedes, amos, hagan con ellos lo mismo. Dejen las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y de ustedes está en el cielo, y no hace acepción de personas” (Efe. 6:9).

Jueves: 7 de septiembre

AMOS QUE SON ESCLAVOS

En las últimas palabras de Pablo a los esclavos, “sea esclavo o sea libre” (Efe. 6:8), la palabra “libre” se refiere a los amos, lo que permite a Pablo hacer la transición para aconsejar a los amos mientras imagina esclavos y amos en igualdad de condiciones ante Cristo en el Juicio (comparar con 2 Cor. 5:10; Col. 3:24, 25).

Supongamos que eres un amo cristiano que está escuchando la lectura de Efesios en un hogar-iglesia, ¿cuál podría ser tu reacción ante este consejo impartido en presencia de tus esclavos? Efesios 6:9.

 

Efesios 6:9

Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas.

Pablo se dirige a los amos, a los amos de esclavos, en una exhortación mordaz, que gira en torno al marcado contraste entre “los señores” (griego, hoi kurioi, traducido como “amos”), que tenían la costumbre de “amenazar” a sus esclavos; y “el Señor” (ho kurios), Cristo, quien “no hace acepción de personas”.

Pablo pide a los amos que “hagan con ellos [los esclavos] lo mismo”, lo que habría sido impactante para un amo de esclavos del siglo I. Los amos deben responder a sus esclavos con obras de buena voluntad regidas por su fidelidad a Cristo, en consonancia con lo que Pablo acaba de pedir a los esclavos (Efe. 6:5–8). Les dice que dejen de amenazar a sus esclavos, una práctica común en una época en la que los amos propinaban una amplia variedad de castigos, incluyendo las palizas (1 Ped. 2:20), los abusos sexuales, la posibilidad de ser vendidos (y apartados de sus seres queridos), los trabajos extenuantes, el hambre, los grilletes, la marcación, e incluso la muerte.

Pablo respalda sus mandatos con dos motivaciones que exhortan a los amos a ver más allá de las estructuras sociales del mundo grecorromano: 1. Ellos y sus supuestos esclavos son coesclavos de un solo Amo (“conscientes de que ustedes también tienen un Amo en el Cielo”, NVI; comparar con Col. 4:1); 2. El Amo celestial juzga a todos sin favoritismos. Puesto que su propio Amo trata a los supuestos esclavos en pie de igualdad con los demás, ellos también deberían tratarlos así (comparar con Fil. 1:15, 16).

Gran parte del vocabulario de Pablo en Efesios era especialmente alentador para los esclavos cristianos: adopción como hijos (Efe. 1:5); redención (Efe. 1:7); herencia (Efe. 1:11, 14; 3:6); entronización junto con Jesús (Efe. 2:6); y llegar a ser “conciudadanos”, “miembros de la familia de Dios” (Efe. 2:19; comparar con 3:14, 15) y parte integral del cuerpo de Cristo (ver Efe. 3:6; 4:1–16). Efesios 6:5 al 9 revela toda la enseñanza de la carta como eficaz en la relación entre esclavos y amos, incluyendo el consejo sobre el lenguaje (Efe. 4:25–32) y la ética sexual (Efe. 5:1–14).

Comentarios Elena G.W

Pablo dirigió la mente de sus idólatras oyentes [de Atenas] más allá de los límites de su falsa religión a un verdadero concepto de la Deidad, que habían titulado: «Dios no conocido». Este Ser, a quien ahora les declaraba, no dependía del hombre, ni necesitaba que las manos humanas añadiesen nada a su poder y gloria. La gente se llenó de admiración por el fervor de Pablo y su lógica exposición de los atributos del Dios verdadero: su poder creador y la existencia de su providencia predominante. Con ardiente y férvida elocuencia, el apóstol declaró: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, éste, como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos, ni es honrado con manos de hombres, necesitado de algo; pues él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas». Los cielos no eran bastante grandes para contener a Dios, cuánto menos los templos hechos por manos humanas.

En aquella época de castas, cuando a menudo no se reconocían los derechos de los hombres, Pablo presentó la gran verdad de la fraternidad humana, declarando que Dios «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra». A la vista de Dios, todos son iguales. Cada ser humano debe suprema lealtad al Creador. Luego el apóstol mostró cómo, a través de todo el trato de Dios con el hombre, su propósito de misericordia y gracia corre como un hilo de oro. Él «les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos; para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros» (Los hechos de los apóstoles, pp. 193, 194).

[C]uando Cristo abandonó el cielo para venir en su ayuda… vio a la humanidad hundida en la miseria y el pecado. Vio a los hombres y mujeres depravados y degradados y que acariciaban los vicios más detestables. Los ángeles se maravillaban de que Cristo emprendiera lo que para ellos era la tarea más desesperada. Se maravillaban de que Dios tolerara a una raza tan pecadora. No podían ver cabida para el amor. Pero «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Juan 3:16.

Cristo vino a esta tierra trayendo un mensaje de misericordia y perdón. Colocó los fundamentos para una religión en la cual judíos y gentiles, negros y blancos, libres y siervos, estuvieran unidos por una hermandad común, reconocidos como iguales a la vista de Dios. El Salvador ama a cada ser humano con un amor ilimitado. Ve capacidad de mejoramiento en cada uno. Con energía y esperanza divina les da la bienvenida a aquellos por quienes ha dado su vida. Con la fuerza de él pueden vivir una vida rica en buenos frutos, llena del poder del Espíritu (Testimonios para la iglesia, t. 7, pp. 214, 215).

Elena G.W

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