Al darnos a su Hijo, el Padre dio el don más costoso que el cielo podía conceder. Es nuestro privilegio usar este don al ministrar a los enfermos. Dependan de Cristo. Entreguen cada caso al gran Médico; permítanle que él dirija cada operación. La oración ofrecida con sinceridad y fe será escuchada. Esto dará confianza a los médicos y valor al sufriente. RP 202.2
Se me ha instruido que deberíamos conducir a los enfermos de nuestras instituciones a esperar grandes cosas por causa de la fe del médico en el gran Sanador, quien, en los años de su ministerio terrenal, recorrió las aldeas y los pueblos de la tierra y sanaba a todos cuantos venían a él. Ninguno fue rechazado; los sanó a todos. Induzcan a los enfermos a que perciban que, aunque invisible, Cristo está presente para traer alivio y sanidad. RP 202.3
Después de su resurrección, Cristo habló con sus discípulos y durante cuarenta días los instruyó acerca de su obra futura. El día de su ascensión, se encontró con ellos en un monte de Galilea que les había indicado. Y les dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:18-20. Es el privilegio de cada médico y de cada sufriente creer en esta promesa; es la vida para todo creyente.—Carta 82, 1908; Loma Linda Messages, 355. RP 202.4