Y sabernos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados. (Rom. 8:28)
Cuando lleguen las pruebas, recordad que éstas son enviadas para vuestro bien…Cuando las pruebas y tribulaciones os aflijan, recordad que fueron enviadas para que pudierais recibir renovada fuerza y mayor humildad de manos del Señor de la gloria, a fin de que él pudiera bendeciros libremente y apoyaros y sosteneros. Con fe y con la esperanza “que no avergüenza,” aferraos a las promesas de Dios.
¡Qué bueno es el Señor con nosotros! ¡Con cuánta seguridad podemos confiar en él! Él nos llama sus hijitos. Acudamos pues a él como a un Padre cariñoso. El desea que los brillantes rayos de su justicia irradien de nuestro rostro, palabras y acciones. Si nos amáramos unos a otros como Cristo nos amó, desaparecerían las vallas que nos separan de Dios y muchos obstáculos que impiden que el Espíritu de Dios fluya de un corazón a otro…Confiad en él con todo vuestro corazón. Él os llevará junto con vuestras cargas. (Carta 13, 1904)
El Señor se propone que su pueblo sea feliz, y abre ante nosotros una fuente de consuelo tras otra, para que podamos henchirnos de gozo y paz en medio de nuestra vida actual. No tenemos necesidad de esperar hasta ir al cielo para gozar de iluminación, consuelo y gozo. Debemos disfrutar de ellos aquí mismo en esta vida…Perdemos mucho porque no nos asimos de las bendiciones que podrían ser nuestras en medio de las aflicciones. Todos nuestros sufrimientos y tristezas, todas nuestras tentaciones y pruebas, todos nuestros pesares, nuestros vituperios y privaciones, en suma, toda obra en conjunto para nuestro bien…Todas las circunstancias y los incidentes son los artesanos divinos por medio de los cuales se nos hace bien. Miremos la luz que se oculta tras la nube. (RH, 27-02-1894)
Nuestra felicidad surge no de lo que nos rodea, sino de lo que hay dentro de nosotros; no nace de lo que tenemos, sino de lo que somos. (YI, 23-01-1902) (192)