Lunes 11 de noviembre – EL TESTIMONIO DE MARÍA – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN “Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’…

 Lunes 11 de noviembre – EL TESTIMONIO DE MARÍA – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

“Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’ ” (Juan 20:29).

Lunes: 11 de noviembre

EL TESTIMONIO DE MARÍA

Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a visitar a María, Marta y su hermano Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Simón, que había sido curado de la lepra, celebraba una fiesta en agradecimiento por lo que Jesús había hecho por él. Marta servía, y Lázaro estaba sentado a la mesa con los invitados (Juan 12:1-8).

¿Qué significado tenían aquí las acciones de María? ¿En qué sentido daban testimonio de quién era Jesús? Juan 12:1-3.

 

Juan 12:1-3

1 Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.

El perfume era muy caro. Su valor equivalía aproximadamente al salario anual de un trabajador común. María probablemente trajo este regalo como expresión de gratitud al Salvador por el perdón de sus pecados y por la resurrección de su hermano. Su intención era que sirviera algún día para el entierro de Jesús. Pero, al enterarse de que pronto sería ungido Rey, decidió ser la primera en rendirle honores.

María probablemente no tenía intención de que se notara su gesto, pero Juan señala que “la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Juan 12:3). Judas respondió con una rápida reprimenda, afirmando que el perfume debería haberse vendido para dar el dinero resultante a los pobres. Jesús tranquilizó inmediatamente a María, diciendo: “ ‘Déjala […]. Porque a los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán’ ” (Juan 12:7, 8).

Un tema recurrente en el Evangelio de Juan es que Jesús conoce el interior de las personas (Juan 2:24, 25; 6:70, 71; 13:11; 16:19). En este caso, en la fiesta de Simón, Jesús sabe lo que hay en el corazón de Judas. En tal sentido, Juan deja en claro quién era Judas: un ladrón egoísta (Juan 12:6).

“El don fragante que María había pensado prodigar al cuerpo muerto del Salvador lo derramó sobre él en vida. En el entierro, su dulzura solo hubiera llenado la tumba; pero ahora llenó su corazón con la seguridad de su fe y su amor. José de Arimatea y Nicodemo no ofrecieron su don de amor a Jesús durante su vida. Con lágrimas amargas, trajeron sus costosas especias para su cuerpo rígido e inconsciente. Las mujeres que llevaron sustancias aromáticas a la tumba hallaron que su diligencia era vana, porque él había resucitado. Pero María, al derramar su ofrenda sobre el Salvador, mientras él era consciente de su devoción, lo ungió para la sepultura. Y, cuando él penetró en las tinieblas de su gran prueba, llevó consigo el recuerdo de ese acto, un anticipo del amor que le tributarían para siempre los que redimiera” (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 514).

Jesús sabía lo que había en el corazón de María y en el de Judas. También sabe lo que hay en el nuestro. ¿Qué debería decirnos esto acerca de nuestra necesidad de Cristo como nuestra justicia, tanto imputada como transformadora?

Comentarios Elena G.W

Fui transportada al tiempo cuando Jesús comió la cena de pascua con sus discípulos. Satanás había engañado a Judas y le había inducido a considerarse como uno de los verdaderos discípulos de Cristo; pero su corazón había sido siempre carnal. Había visto las potentes obras de Jesús, había estado con él durante todo su ministerio, y se había rendido a la suprema evidencia de que era el Mesías; pero Judas era mezquino y codicioso. Amaba el dinero. Lamentóse con ira de lo mucho que había costado el ungüento que María derramó sobre Jesús. María amaba a su Señor. El le había perdonado sus pecados, que eran muchos, y había resucitado de entre los muertos a su muy querido hermano, por lo que nada le parecía demasiado caro en obsequio de Jesús. Cuanto más precioso fuese el ungüento, mejor podría ella manifestar su agradecimiento a su Salvador, dedicándoselo… Aquel acto de generosidad de parte de María fue un acerbo reproche contra la disposición avarienta de Judas. Estaba preparado el camino para que la tentación de Satanás hallara fácil acceso al corazón de Judas (Primeros escritos, p. 165).

A costa de gran sacrificio personal, había adquirido un vaso de alabastro de «nardo líquido de mucho precio» para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban ahora que él estaba a punto de ser coronado rey. Su pena se convirtió en gozo y ansiaba ser la primera en honrar a su Señor. Quebrando el vaso de ungüento, derramó su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, y llorando postrada le humedecía los pies con sus lágrimas y se los secaba con su larga y flotante cabellera…

María no conocía el significado pleno de su acto de amor. No podía contestar a sus acusadores. No podía explicar por qué había escogido esa ocasión para ungir a Jesús. El Espíritu Santo había pensado en lugar suyo, y ella había obedecido sus impulsos. La Inspiración no se humilla a dar explicaciones. Una asistencia invisible habla a la mente y al alma, y mueve el corazón a la acción. Es su propia justificación.

Cristo le dijo a María el significado de su acción, y con ello le dio más de lo que había recibido. «Porque echando este ungüento sobre mi cuerpo —dijo él— para sepultarme lo ha hecho». De la manera en que el alabastro fue quebrado y se llenó la casa entera con su fragancia, así Cristo había de morir, su cuerpo había de ser quebrantado; pero él había de resucitar de la tumba y la fragancia de su vida llenaría la tierra. «Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave». Efesios 5:2 (El Deseado de todas las gentes, pp. 513-515).

[Dios] siempre conoce mucho mejor que nosotros lo que es necesario para el bien de sus hijos, y nos conduce como nosotros elegiríamos ser guiados si pudiéramos discernir nuestros propios corazones y ver nuestras necesidades y peligros tal como Dios las ve… Si confiamos en él, y le encomendamos nuestros caminos, él dirigirá nuestros pasos por la senda que nos conduzca a la victoria sobre toda pasión pecaminosa, sobre todo rasgo de carácter que no es semejante al carácter de nuestro Modelo divino (Nuestra elevada vocación, p. 3 18).

Elena G.W

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