Lunes 16 de diciembre – ¡HE AQUÍ AL HOMBRE! – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN “Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús:…

 Lunes 16 de diciembre – ¡HE AQUÍ AL HOMBRE! – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

“Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús: ‘Tú lo has dicho. Yo soy rey. Yo para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad oye mi voz’ ” (Juan 18:37).

Lunes: 16 de diciembre

¡HE AQUÍ AL HOMBRE!

Lee Juan 18:38 al 19:5. ¿Cómo intentó Pilato persuadir al pueblo para que pidiera la liberación de Jesús?

 

Juan 18:38-19:5

38 Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito. 39 Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos? 40 Entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo: No a este, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón.

1 Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!

Pilato no esperó una respuesta de Jesús acerca de la verdad. En lugar de eso, volvió a salir para tratar de persuadir a la gente. Al dialogar con ellos en lugar de simplemente dejar libre a Jesús, Pilato se colocó en desventaja. Los líderes religiosos reconocieron que podían manipular al gobernador a través de la multitud.

Pilato hace referencia a la costumbre de dejar libre a un preso en la época de la Pascua y pregunta si el pueblo quiere que libere “al rey de los judíos”. Sorprendentemente, y de forma bastante irónica, el pueblo pide la liberación de un delincuente llamado Barrabás en lugar del inocente Jesús.

Ahora comienza la burla y la vergüenza de Jesús. Los soldados romanos le colocan una corona de espinas, le ponen un manto púrpura, y se acercan y lo aclaman burlonamente como rey de los judíos. Este tipo de saludo por parte de los soldados era similar a la forma en que saludaban al emperador, pero aquí se hizo en tono de burla.

Apelando a la compasión del gentío, Pilato parece buscar alguna forma de liberar a Jesús. Lo saca con la corona de espinas y el manto púrpura. La escena, no comentada por Juan, muestra a Jesús cubierto en son de burla con un traje real, y al gobernador dirigiéndose a la gente con las palabras: “¡He aquí el hombre!” (Juan 19:5). Esto recuerda al lector las palabras de Juan el Bautista en Juan 1:29: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”

Resulta irónico que el gobernador pagano presente al Mesías con este atuendo real ante Israel. Sin embargo, como muestra Juan 19:6 al 16, la turba pide la crucifixión de Jesús, basándose en su afirmación de que es el Hijo de Dios. Esto asusta a Pilato, que se esfuerza aún más por conseguir la liberación de Jesús. Pero los líderes sellan su destino afirmando que liberarlo es oponerse al César. Saben que la lealtad de Pilato al César significaría que no podría liberar a alguien que reclamara el mismo papel del emperador. Los dirigentes dicen que no tienen más rey que el César. Su profundo odio hacia Jesús era mayor que sus aspiraciones nacionales. Para librarse de Jesús, estaban dispuestos a sacrificar sus pretensiones de autonomía nacional.

Qué espanto. Un gobernante pagano quiere liberar a Jesús, mientras que los líderes espirituales de la nación, que deberían haberlo reconocido como el Mesías, ¡querían crucificarlo! ¿Qué lecciones podemos aprender de esto?

Comentarios Elena G.W

Pilato demostró su debilidad. Había declarado que Jesús era inocente; y, sin embargo, estaba dispuesto a hacerlo azotar para apaciguar a sus acusadores. Quería sacrificar la justicia y los buenos principios para transigir con la turba. Esto le colocó en situación desventajosa. La turba se valió de su indecisión y clamó tanto más por la vida del preso. Si desde el principio Pilato se hubiese mantenido firme, negándose a condenar a un hombre que consideraba inocente, habría roto la cadena fatal que iba a retenerle toda su vida en el remordimiento y la culpabilidad. Si hubiese obedecido a sus convicciones de lo recto, los judíos no habrían intentado imponerle su voluntad. Se habría dado muerte a Cristo, pero la culpabilidad no habría recaído sobre Pilato. Mas Pilato había violado poco a poco su conciencia. Había buscado pretexto para no juzgar con justicia y equidad, y ahora se hallaba casi impotente en las manos de los sacerdotes y príncipes. Su vacilación e indecisión provocaron su ruina (El Deseado de todas las gentes, p. 680).

Satanás y sus ángeles estaban tentando a este último tratando de conducirlo a su propia ruina. Le sugirieron que si no quería tomar parte en la condenación de Jesús otros lo harían; que la multitud estaba sedienta de su sangre; y que si no lo entregaba para ser crucificado perdería su poder y sus honores mundanales, y se lo denunciaría como creyente en el impostor. Por temor de perder su poder y su autoridad, Pilato consintió en dar muerte a Cristo. Y aunque puso la sangre del Señor sobre sus acusadores y la multitud lo recibió con el clamor de: «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mateo 27:25), Pilato no se libró; fue culpable de la sangre del Maestro. Por sus intereses egoístas, por su amor al honor de los grandes de la tierra, entregó a la muerte a un inocente (La historia de la redención, p. 226).

La diferencia entre el carácter de Cristo y el de los otros hombres de su época era perfectamente perceptible, y por causa de esa diferencia el mundo lo aborreció. Lo odiaba por su bondad y su estricta integridad. Y Cristo declaró que los que manifestaran esos mismos atributos, también serían odiados. A medida que nos acerquemos al fin del tiempo, este odio por los seguidores de Cristo será cada vez más evidente…

Satanás disputó todos los asertos del Hijo de Dios, y empleó a los hombres como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra Aquel cuya vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía de un sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos concentrados de la envidia y la malicia, del odio y la venganza, estallaron en el Calvario contra el Hijo de Dios, mientras el cielo miraba con silencioso horror (Mente, carácter y personalidad, t. 2, pp. 546, 547).

Elena G.W

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