- septiembre 16, 2024
Lunes 16 de septiembre – ¡SALVE, REY DE LOS JUDÍOS! – JUZGADO Y CRUCIFICADO
JUZGADO Y CRUCIFICADO “Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir:…
JUZGADO Y CRUCIFICADO
“Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?’ ” (Mar. 15:34).
Lunes: 16 de septiembre
¡SALVE, REY DE LOS JUDÍOS!
Lee Marcos 15:15 al 20. ¿Qué hicieron los soldados a Jesús, y cuál es la relevancia de ello?
Marcos 15:15-20
15 Y Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado. 16 Entonces los soldados le llevaron dentro del atrio, esto es, al pretorio, y convocaron a toda la compañía. 17 Y le vistieron de púrpura, y poniéndole una corona tejida de espinas, 18 comenzaron luego a saludarle: ¡Salve, Rey de los judíos! 19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, y le escupían, y puestos de rodillas le hacían reverencias. 20 Después de haberle escarnecido, le desnudaron la púrpura, y le pusieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarle.
Los romanos utilizaban una severa forma de flagelación como preparación de los prisioneros para la ejecución. La víctima era despojada de su ropa, atada a un poste y azotada con un látigo de tiras de cuero en cuyos extremos adherían trozos de hueso, vidrio, piedras y clavos.
Después de que Jesús fue azotado, los soldados encargados de su ejecución continuaron humillándolo, vistiéndolo con un manto de color púrpura, poniendo una corona de espinas sobre su cabeza y burlándose de él como rey de los judíos. Al grupo de soldados se lo llamaba batallón, que pudo estar compuesto, en este caso, por entre doscientos y seiscientos hombres.
La ironía de la escena es evidente para el lector, pues Jesús es en verdad el Rey y las burlas de los soldados así lo proclaman. La acción de ellos era una parodia del saludo que daban al emperador romano con las palabras: “¡Salve, César, Emperador!” Por lo tanto, se trata de una implícita comparación con el emperador.
Las acciones de los soldados como parte de su burla a Jesús incluyen golpear su cabeza con una caña, escupirlo y postrarse ante él simulando homenaje. Estas tres acciones son expresadas en griego usando el tiempo imperfecto. En este contexto, este tiempo verbal conlleva la idea de acción repetitiva, prolongada. Es decir que siguieron golpeándolo, escupiéndolo y postrándose ante él como una parodia de homenaje. Jesús soporta todo esto en silencio, sin responder en absoluto.
El procedimiento típico de una ejecución romana consistía en hacer que el condenado cargara desnudo con su cruz hasta el lugar de la ejecución. Este patrón, nuevamente, tenía el propósito de humillar y avergonzar completamente a la persona delante de la comunidad.
Los judíos aborrecían la desnudez en público. Marcos 15:20 destaca que le quitaron el manto púrpura y volvieron a vestirlo con su propia ropa. Esto parece ser una concesión hecha por los romanos a los judíos en ese tiempo y lugar.
Piensa en cuánta ironía hay aquí, en el hecho de que se postraran ante Jesús y le rindieran homenaje como a un rey sin percibir que era en verdad el Rey, no solo de los judíos sino también de ellos.
Estos hombres no tenían idea de lo que estaban haciendo. ¿Por qué, sin embargo, su ignorancia no los excusará el Día del Juicio?
Comentarios Elena G.W
Satanás y sus ángeles tentaban a Pilato y procuraban arrastrarle a la ruina. Le sugirieron la idea de que si no condenaba a Jesús, otros le condenarían. La multitud estaba sedienta de su sangre, y si no lo entregaba para ser crucificado, perdería su poder y honores mundanos y se le acusaría de creer en el impostor. Temeroso de perder su poder y autoridad, consintió Pilato en la muerte de Jesús. No obstante, puso su sangre sobre los acusadores, y la multitud la aceptó exclamando a voz en cuello: «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos». Sin embargo, Pilato no fue inocente, y resultó culpable de la sangre de Cristo. Por interés egoísta, por el deseo de ser honrado por los grandes de la tierra, entregó a la muerte a un inocente. Si Pilato hubiese obedecido a sus convicciones, nada hubiese tenido que ver con la condena de Jesús (Primeros escritos, p. 174).
Jesús fue tomado, extenuado de cansancio y cubierto de heridas, y fue azotado a la vista de la muchedumbre. «Entonces los soldados le llevaron dentro de la sala, es a saber, al pretorio; y convocan toda la cohorte. Y le visten de púrpura; y poniéndole una corona tejida de espinas, comenzaron luego a saludarle: ¡Salve, Rey de los Judíos!… Y escupían en él, y le adoraban hincadas las rodillas». De vez en cuando, alguna mano perversa le arrebataba la caña que había sido puesta en su mano, y con ella hería la corona que estaba sobre su frente, haciendo penetrar las espinas en sus sienes y chorrear la sangre por su rostro y barba…
Satanás indujo a la turba cruel a ultrajar al Salvador. Era su propósito provocarle a que usase de represalias, si era posible, o impulsarle a realizar un milagro para librarse y así destruir el plan de la salvación (El Deseado de todas las gentes, pp. 682, 683).
[Al momento de la segunda venida,] Los que pusieron en ridículo su aserto de ser el Hijo de Dios enmudecen ahora. Allí está el altivo Herodes que se burló de su título real y mandó a los soldados escarnecedores que le coronaran. Allí están los hombres mismos que con manos impías pusieron sobre su cuerpo el manto de grana, sobre sus sagradas sienes la corona de espinas y en su dócil mano un cetro burlesco, y se inclinaron ante él con burlas de blasfemia. Los hombres que golpearon y escupieron al Príncipe de la vida, tratan de evitar ahora su mirada penetrante y de huir de la gloria abrumadora de su presencia. Los que atravesaron con clavos sus manos y sus pies, los soldados que le abrieron el costado, consideran esas señales con terror y remordimiento…
Y entonces se levanta un grito de agonía mortal. Más fuerte que los gritos de «¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado!» que resonaron por las calles de Jerusalén, estalla el clamor terrible y desesperado: «¡Es el Hijo de Dios! ¡Es el verdadero Mesías!» Tratan de huir de la presencia del Rey de reyes. En vano tratan de esconderse en las hondas cuevas de la tierra desgarrada por la conmoción de los elementos (El conflicto de los siglos, p. 626).