Lunes 20 de enero – AMOR CONMOVEDOR – DIOS ES APASIONADO Y COMPASIVO

DIOS ES APASIONADO Y COMPASIVO “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del…

 Lunes 20 de enero – AMOR CONMOVEDOR – DIOS ES APASIONADO Y COMPASIVO

DIOS ES APASIONADO Y COMPASIVO

“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti!” (Isa. 49: 15).

Lunes: 20 de enero

AMOR CONMOVEDOR

La incalculable profundidad del amor compasivo de Dios por la humanidad se pone de manifiesto en Oseas. Dios había ordenado al profeta: “Ve, toma por mujer a una prostituta y ten hijos de prostitución con ella, porque la tierra se prostituye apartándose de Jehová” (Ose. 1: 2). Oseas 11 describe más adelante la relación de Dios con su pueblo, pero mediante la metáfora de un padre amoroso con su hijo.

Lee Oseas 11: 1 al 9. ¿De qué manera ilustran las imágenes de estos versículos la forma en que Dios ama y cuida a su pueblo?

 

Oseas 11: 1-9

1 Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. Yo con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no conoció que yo le cuidaba. Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida. No volverá a tierra de Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron convertir. Caerá espada sobre sus ciudades, y consumirá sus aldeas; las consumirá a causa de sus propios consejos. Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer. ¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti; y no entraré en la ciudad.

El amor de Dios por su pueblo se asemeja al tierno afecto de un padre por su hijo. La Escritura utiliza en tal sentido imágenes como las de enseñar a un niño pequeño a caminar, tomar al hijo amado en los brazos, curar y proporcionar sustento y cuidar tiernamente. La Escritura también afirma que Dios “trajo” a su pueblo justo “como trae el hombre a su hijo” (Deut. 1: 31). “En su amor y en su clemencia los redimió” y “los trajo y los levantó todos los días” (Isa. 63: 9).

En contraste con la fidelidad inquebrantable de Dios, su pueblo fue infiel en repetidas ocasiones, lo que alejó a Dios, acarreó juicios sobre sí mismos y lo entristeció profundamente. Dios es compasivo, pero nunca excluye la justicia. Como veremos en una lección posterior, el amor y la justicia son inseparables.

¿Has estado alguna vez disgustado por algo al punto de experimentar un malestar estomacal? Ese es el tipo de imagen que se usa para describir la profundidad de las emociones de Dios respecto de su pueblo. La imagen del corazón revuelto y la compasión encendida es un lenguaje idiomático típico de las emociones profundas y es usado tanto por Dios como por los humanos.

Esta imagen, la de la compasión encendida (kamar), se utiliza en el caso de las dos mujeres que se presentaron ante Salomón, cada una reclamando el mismo bebé como suyo. Cuando Salomón ordenó cortar al bebé en dos (aunque sin intención de hacerlo), esa expresión idiomática es usada para describir la reacción emocional de la verdadera madre (1 Rey. 3: 26; compara con Gén. 43: 30).

Todo progenitor sabe a qué se refiere esta lección. Ningún otro amor terrenal es comparable. ¿Cómo nos ayuda esto a comprender la realidad del amor de Dios por nosotros? ¿Qué consuelo podemos y debemos extraer de esta comprensión?

Comentarios Elena G.W

El Salvador manifestó compasión divina hacia la mujer sirofenisa. Su corazón se conmovió al ver su dolor. Anhelaba darle de inmediato la seguridad de que su oración había sido escuchada; pero enseñar una lección a sus discípulos, y por un tiempo pareció desatender el clamor de su torturado corazón…

Fue Cristo mismo quien puso en el corazón de aquella madre la persistencia que no sería repelida. Fue Cristo quien dio a la viuda suplicante valor y determinación ante el. Fue Cristo quien, siglos antes, en el misterioso conflicto junto al Jaboc, había inspirado a Jacob la misma fe perseverante. Y la confianza que Él mismo había implantado, no dejó de recompensarla (Christ’s Object Lessons, pp. 175, 176).

Es obra de Satanás llenar de dudas los corazones de los hombres. Los induce a considerar a Dios como un juez severo. Los tienta a pecar, y luego a considerarse demasiado viles para acercarse a su Padre celestial o para despertar su compasión. El Señor comprende todo esto. Jesús asegura a sus discípulos que Dios se compadece de ellos en sus necesidades y debilidades. Ni un suspiro se exhala, ni un dolor se siente, ni una pena traspasa el alma, sino que el latido vibra hasta el corazón del Padre…

Dios se inclina desde Su trono para escuchar el clamor de los oprimidos. A toda oración sincera responde: «Heme aquí». Él eleva a los afligidos y oprimidos. En todas nuestras aflicciones Él es afligido. En toda tentación y en toda prueba, el ángel de su presencia está cerca para librarnos (El Deseado de todas las gentes, p. 356).

Al perder de vista el verdadero carácter de Jehová, los israelitas no tenían excusa. A menudo Dios se les había revelado como «lleno de compasión, y clemente, sufrido, y grande en misericordia y verdad». Salmo 86:15. «Cuando Israel era niño», testificó Él, «entonces lo amé, y llamé a mi hijo de Egipto». Oseas 11:1.

Con ternura había tratado el Señor a Israel en su liberación de la esclavitud egipcia y en su viaje a la Tierra Prometida. «En toda aflicción de ellos fue afligido, y el ángel de su presencia los salvó; en su amor y en su piedad los redimió; y los llevó, y los sustentó todos los días de la antigüedad. Isaías 63:9…

Moisés se basó en su conocimiento de la larga paciencia de Jehová y de su infinito amor y misericordia para hacer su maravillosa súplica por la vida de Israel cuando, en las fronteras de la Tierra Prometida, se negó a avanzar obedeciendo el mandato de Dios. En el colmo de su rebelión, el Señor había declarado: «Los heriré con la peste y los desheredaré». Pero el profeta alegó las maravillosas providencias y promesas de Dios en favor de la nación elegida. Y luego, como la más fuerte de todas las súplicas, exhortó al amor de Dios por el hombre caído (Profetas y Reyes, pp. 311, 312).

Elena G.W

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