- marzo 25, 2024
Lunes 25 de marzo – LA PAZ DE UN NIÑO DESTETADO – ¡ESPERA EN EL SEÑOR!
¡ESPERA EN EL SEÑOR! “¡Espera en el Señor! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Espera en el Señor!” (Sal. 27:14). Lunes:…
¡ESPERA EN EL SEÑOR!
“¡Espera en el Señor! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Espera en el Señor!” (Sal. 27:14).
Lunes: 25 de marzo
LA PAZ DE UN NIÑO DESTETADO
Lee Salmo 131. ¿Qué nos enseña este salmo acerca de nuestra relación con Dios?
Salmo 131
1 Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; Ni anduve en grandezas, Ni en cosas demasiado sublimes para mí. 2 En verdad que me he comportado y he acallado mi alma Como un niño destetado de su madre; Como un niño destetado está mi alma. 3 Espera, oh Israel, en Jehová, Desde ahora y para siempre.
El pueblo de Dios vive en un mundo que aflige a los fieles, un mundo lleno de tentaciones y dificultades para casi todos. Una renovada convicción de que es hijo de Dios y que depende de Dios para su vida consuela al salmista y lo lleva a confesar que su orgullo no tiene valor. Lo engañoso del orgullo es que hace que los orgullosos se vuelvan egocéntricos e incapaces de ver más allá de sí mismos. Así, el orgulloso se ciega ante la realidad superior de Dios.
En cambio, los justos elevan su vista a Dios (Sal. 123:1, 2). El reconocimiento de la grandeza de Dios los hace humildes y libres del egoísmo y la vana ambición. El salmista confiesa que no busca “grandezas” ni “cosas demasiado sublimes” (Sal. 131:1). Estas expresiones describen las obras de Dios en el mundo que sobrepasan la comprensión humana. La ciencia moderna nos ha demostrado que incluso las cosas más “sencillas” pueden ser increíblemente complicadas y estar mucho más allá de nuestra comprensión, al menos por ahora. De hecho, hay una gran ironía: cuanto más aprendemos del mundo físico, mayores son los misterios que aparecen ante nosotros.
Mientras tanto, la metáfora de Salmo 131:2, “como un niño destetado se aquieta en brazos de su madre”, es una poderosa imagen de alguien que encuentra la calma y que se tranquiliza ante el abrazo de Dios. Señala la relación de amor que un niño tiene con su madre en las distintas etapas de su vida.
Al “destetarnos” de las ambiciones insustanciales y del orgullo, Dios nos presenta el alimento sólido, que consiste en “hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Juan 4:34; también Heb. 5:12-14). La confianza infantil descrita en Salmo 131 es una fe madura que ha sido probada por las dificultades de la vida y que ha descubierto que Dios es fiel a su Palabra.
Al final, la atención del salmista se centra en el bienestar del pueblo de Dios. En definitiva, se nos llama a utilizar nuestra experiencia con Dios para fortalecer a su iglesia. Es decir, aquello que hemos aprendido personalmente, la fidelidad y la bondad de Dios, podemos compartirlo con otros que, por alguna razón, todavía luchan con su fe. Nuestro testimonio acerca de Cristo puede darse incluso dentro de la propia iglesia, donde muchos necesitan conocerlo personalmente.
“Les aseguro que si no cambian y se vuelven como niños, jamás entrarán en el reino de los cielos” (Mat. 18:3). ¿Qué nos está diciendo Jesús aquí? ¿Qué implica esta idea?
Comentarios Elena G.W
No debemos permanecer siempre en calidad de niños en nuestro conocimiento y experiencia de las cosas espirituales. No hemos de expresarnos siempre en el lenguaje del que acaba de recibir a Cristo, sino que nuestras oraciones y exhortaciones deberían crecer en inteligencia a medida que aumenta nuestra experiencia en la verdad…
[C]uando llegue el último gran día, y veamos lo que deberíamos haber alcanzado si hubiéramos aprovechado las ventajas que el Cielo nos concedió, cuando veamos cómo debimos crecer en gracia, y consideremos esas cosas como Dios las considera, cuando veamos lo que hemos perdido al no crecer hasta llegar a la estatura de hombres y mujeres en Cristo, desearemos haber sido más fervientes y más decididos a alcanzar el precio de nuestra elevada vocación en Cristo Jesús.
El Señor quiere que vosotros comprendáis la posición que ocupáis como hijos e hijas del Altísimo, hijos del Rey celestial (Sons and Daughters of God, p. 330; parcialmente en Hijos e hijas de Dios, p. 332).
La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiritual, y el desarrollo de la planta es una bella figura del crecimiento cristiano. Como en la naturaleza, así también en la gracia no puede haber vida sin crecimiento. La planta debe crecer o morir. Así como su crecimiento es silencioso e imperceptible, pero continuo, así es el desarrollo de la vida cristiana. En cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo. La santificación es la obra de toda la vida. Con la multiplicación de nuestras oportunidades, aumentará nuestra experiencia y se acrecentará nuestro conocimiento. Llegaremos a ser fuertes para llevar responsabilidades, y nuestra madurez estará en relación con nuestros privilegios.
La planta crece al recibir lo que Dios ha provisto para sustentar su vida. Hace penetrar sus raíces en la tierra. Absorbe la luz del sol, el rocío y la lluvia. Recibe las propiedades vitalizadoras del aire. Así el cristiano ha de crecer cooperando con los agentes divinos. Sintiendo nuestra impotencia, hemos de aprovechar todas las oportunidades que se nos dan para adquirir una experiencia más amplia. Así como la planta se arraiga en el suelo, así hemos de arraigarnos profundamente en Cristo (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 45, 46).
Dios acerca a los suyos a sí mismo mediante pruebas difíciles, mostrándoles su propia debilidad e incapacidad y enseñándoles a confiar en él como su única ayuda y salvaguardia. Así logra su objetivo. Así quedan preparados para que se los emplee en cualquier emergencia, para desempeñar importantes puestos de confianza y para lograr los grandes fines para los cuales les fueron dadas sus facultades. Dios prueba a los hombres a la derecha y a la izquierda, y así los educa, prepara y disciplina. Jesús, nuestro Redentor, representante y cabeza del hombre, soportó este proceso de prueba. Sufrió más de lo que nosotros podemos ser llamados a sufrir. Llevó nuestras enfermedades y fue tentado en todo como nosotros. No lo sufrió por su propia culpa, sino por causa de nuestros pecados; y ahora, fiando en los méritos de nuestro Vencedor, podemos llegar a ser vencedores en su nombre (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 89).