Lunes 30 de septiembre – LA SEGUNDA SEÑAL EN GALILEA – SEÑALES QUE INDICAN EL CAMINO

SEÑALES QUE INDICAN EL CAMINO “También hizo Jesús muchas otras señales, en presencia de sus discípulos, que no están escritas…

 Lunes 30 de septiembre – LA SEGUNDA SEÑAL EN GALILEA – SEÑALES QUE INDICAN EL CAMINO

SEÑALES QUE INDICAN EL CAMINO

“También hizo Jesús muchas otras señales, en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Pero estas fueron escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengan vida por medio de él” (Juan 20:30, 31).

Lunes: 30 de septiembre

LA SEGUNDA SEÑAL EN GALILEA

Durante todo su ministerio terrenal, Jesús realizó milagros que ayudaron a la gente a creer en él. Juan registró estos milagros para que otros también creyeran en Jesús.

Lee Juan 4:46 al 54. ¿Por qué hace el evangelista una conexión con el milagro de las bodas?

Al relatar la segunda señal que Jesús hizo en Galilea, Juan remite a la primera, la de las bodas de Caná. Juan parece decir: “Las señales que hizo Jesús les ayudarán a comprender quién es él”. Luego, añade: “Esta fue una segunda señal que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea” (Juan 4:54).

Al principio, la respuesta de Jesús a la súplica del noble puede parecer dura. Sin embargo, este funcionario había hecho de la curación de su hijo el criterio para creer en Jesús. Jesús leyó su corazón e identificó la enfermedad espiritual que era más profunda que la dolencia mortal de su hijo. Como un rayo caído del cielo, el hombre reconoció de repente que su pobreza espiritual podía costarle la vida a su hijo.

Es importante reconocer que los milagros no demostraron por sí mismos que Jesús era el Mesías. Otros han realizado milagros. Algunos fueron verdaderos profetas; otros, falsos. Los milagros solo revelan la existencia de lo sobrenatural, pero no significan necesariamente que Dios sea quien los hace. Satanás puede hacer “milagros”, si por ello entendemos actos sobrenaturales.

El noble, angustiado, se entregó a la misericordia de Jesús, suplicándole que curara a su hijo. La respuesta de Jesús fue tranquilizadora. Le dijo: “Ve. Tu hijo vive” (Juan 4:50). Aunque el verbo griego está conjugado en tiempo presente en el original (“vive”), algunas versiones lo traducen como futuro (“vivirá”), pues se trata de lo que en gramática griega recibe el nombre de “presente futurista”, usado para describir un acontecimiento futuro, pero tan seguro como si ya estuviera sucediendo. El hombre no se apresuró a volver a su casa, sino que, como evidencia de su fe en Jesús, llegó a casa al día siguiente, y descubrió que la fiebre había abandonado a su hijo el día anterior, exactamente cuando Jesús había dicho esas palabras.

¡Qué razón tan poderosa para creer en Jesús!

Aunque viéramos un milagro, ¿qué otros criterios debemos tener en cuenta antes de suponer automáticamente que proviene de Dios?

Comentarios Elena G.W

En Capernaúm, la noticia [del regreso de Cristo a Caná] atrajo la atención de un noble judío que era oficial del rey. Un hijo del oficial se hallaba aquejado de una enfermedad que parecía incurable. Los médicos lo habían desahuciado; pero cuando el padre oyó hablar de Jesús resolvió pedirle ayuda…

Al llegar a Caná, encontró que una muchedumbre rodeaba a Jesús. Con corazón ansioso, se abrió paso hasta la presencia del Salvador. Su fe vaciló cuando vio tan solo a un hombre vestido sencillamente, cubierto de polvo y cansado del viaje. Dudó de que esa persona pudiese hacer lo que había ido a pedirle; sin embargo… Jesús ya conocía su pesar. Antes de que el oficial saliese de su casa, el Salvador había visto su aflicción.

Pero sabía también que el padre, en su fuero íntimo, se había impuesto ciertas condiciones para creer en Jesús. A menos que se le concediese lo que iba a pedirle, no le recibiría como el Mesías. Mientras el oficial esperaba atormentado por la incertidumbre, Jesús dijo: “Si no viereis señales y milagros no creeréis”…

El Salvador puso esta incredulidad en contraste con la sencilla fe de los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal (El Deseado de todas las gentes, pp. 167, 168).

[E]l noble tenía cierto grado de fe; pues había venido a pedir lo que le parecía la más preciosa de todas las bendiciones. Jesús tenía un don mayor que otorgarle. Deseaba no solo sanar al niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las bendiciones de la salvación, y encender una luz en Capernaúm, que había de ser pronto campo de sus labores. Pero el noble debía comprender su necesidad antes de llegar a desear la gracia de Cristo…

Como un fulgor de luz, las palabras que dirigió el Salvador al noble desnudaron su corazón. Vio que eran egoístas los motivos que le habían impulsado a buscar a Jesús. Vio el verdadero carácter de su fe vacilante. Con profunda angustia, comprendió que su duda podría costar la vida de su hijo. Sabía que se hallaba en presencia de un Ser que podía leer los pensamientos, para quien todo era posible, y con verdadera agonía suplicó: “Señor, desciende antes que mi hijo muera”. Su fe se aferró a Cristo como Jacob trabó del ángel cuando luchaba con él y exclamó: “No te dejaré, si no me bendices”. Génesis 32:26.

Y como Jacob, prevaleció. El Salvador no puede apartarse del alma que se aferra a él invocando su gran necesidad. “Ve —le dijo—, tu hijo vive”. El noble salió de la presencia de Jesús con una paz y un gozo que nunca había conocido antes. No solo creía que su hijo sanaría, sino que con firme confianza creía en Cristo como su Redentor (El Deseado de todas las gentes, pp. 168, 169).

Elena G.W

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