- diciembre 10, 2024
Martes 10 de diciembre – CONOCER AL HIJO ES CONOCER AL PADRE – EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU
EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi…
EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU
“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho” (Juan 14:26).
Martes: 10 de diciembre
CONOCER AL HIJO ES CONOCER AL PADRE
A lo largo del Evangelio de Juan, el apóstol describe cómo Jesús, el Hijo, realiza actividades que señalan al Padre. Jesús explica quién es el Padre y muestra cuál es su relación con nuestro mundo. Todo esto está en consonancia con Juan 1:18, que dice que él da a conocer (griego exēgeomai: explicar, interpretar, exponer) al Padre. Jesús hace esto vez tras vez. La palabra Padre (griego patēr) aparece 136 veces en Juan y 18 veces en sus tres epístolas, más de un tercio del total de veces que el término es usado en el Nuevo Testamento. El discurso de despedida de Jesús es uno de los lugares principales del Evangelio donde el Maestro da a conocer al Padre.
Jesús era el representante del Padre en la Tierra, y vino a cumplir en carne humana su voluntad. De hecho, Jesús dijo que en todo procuraba hacer la voluntad del Padre y no la suya (Juan 5:30). A primera vista, esta afirmación puede parecer sorprendente, pero muestra que Jesús estaba totalmente consagrado al Padre.
Jesús dijo también que había sido enviado por el Padre para terminar su obra, la salvación de la humanidad, y que el Padre mismo daba testimonio de su obra (Juan 5:36-38).
Jesús proclamó que el Padre lo había enviado para servir como el único a través del cual la humanidad puede llegar al Padre (Juan 6:40, 44). El Padre quiere que las personas tengan la vida eterna que se encuentra en Jesús, quien promete resucitarlas en ocasión de su segunda venida.
¿Qué nos enseñan los siguientes textos acerca de la relación existente entre Jesús y el Padre? Juan 7:16; 8:38; 14:10, 23; 15:1, 9, 10; 16:27, 28; 17:3.
Juan 7:16
16 Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
Juan 8:38
38 Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre.Juan 14:10, 23
Juan 15:1, 9-10
1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
9 Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
Juan 16:27-28
27 pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios. 28 Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.
Juan 17:3
3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Las afirmaciones de Jesús acerca de su relación con el Padre son sorprendentes. Declara que todas sus enseñanzas son las del Padre; que todo lo que dice lo ha oído personalmente del Padre; que creer en él es lo mismo que creer en el Padre; que tanto sus palabras como sus obras son todas del Padre; y que él y el Padre están unidos en el amor y la obra por la salvación de la humanidad. ¡Qué poderoso testimonio de la relación estrecha de Jesús con su Padre celestial!
¿Cómo cambiaría tu vida si tus pensamientos y tus acciones fueran plenamente la expresión de la voluntad de Dios para tu vida? Es decir, ¿cómo podemos vivir mejor lo que sabemos mediante Jesús que es la voluntad de Dios para nuestra vida?
Comentarios Elena G.W
Dios manda que llenemos la mente con pensamientos grandes y puros. Desea que meditemos en su amor y misericordia, que estudiemos su obra maravillosa en el gran plan de la redención. Entonces podremos comprender la verdad con claridad cada vez mayor, nuestro deseo de pureza de corazón y claridad de pensamiento será más elevado y más santo. El alma que mora en la atmósfera pura de los pensamientos santos, será transformada por la comunión con Dios por medio del estudio de las Escrituras.
«Y llevan fruto». Los que habiendo recibido la palabra la guardan, darán frutos de obediencia. La palabra de Dios, recibida en el alma, se manifestará en buenas obras. Sus resultados se verán en una vida y un carácter semejantes a los de Cristo. Jesús dijo de sí mismo: «El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas». «No busco mi voluntad, mas la voluntad del que me envió, del Padre». Y la Escritura dice: «El que dice que está en él, debe andar como él anduvo». 1 Juan 2:6 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 39, 40).
La aceptación de Cristo da valor al ser humano. Su sacrificio imparte vida y luz a todos los que aceptan a Cristo como a su Salvador personal. El amor de Dios mediante Jesucristo se infunde ampliamente en el corazón de cada miembro del cuerpo de Cristo, llevando consigo la vitalidad de la ley de Dios el Padre…
Dios ama a los que son redimidos mediante Cristo así como ama a su Hijo. ¡Qué pensamiento! ¿Puede amar Dios al pecador como ama a su propio Hijo? Sí, Cristo ha dicho esto y él se propone hacer exactamente lo que dice. Él honrará todos nuestros proyectos, si nos aferramos de sus promesas mediante una fe viviente y ponemos nuestra confianza en él. Mirad a él, y vivid. Todos los que obedecen a Dios están comprendidos en la oración que Cristo ofreció a su Padre: «Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos». Juan 17:26. ¡Maravillosa verdad, demasiado difícil para que la comprenda la humanidad! (Mensajes selectos, t. 1, p. 352).
Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, para redimir al hombre. La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la áurea cadena eslabonada que une nuestras almas con Cristo, y mediante Cristo con Dios. Este debe ser nuestro estudio. Cristo era un verdadero hombre, y demostró su humildad convirtiéndose en hombre. Era Dios en la carne…
La posición de Cristo con su Padre es de igualdad. Eso le permitió convertirse en ofrenda por el pecado de los transgresores. Era plenamente suficiente para magnificar la ley y engrandecerla (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 916, 917).