- febrero 13, 2024
Martes 13 de febrero – SEÑOR, SI MIRARAS LOS PECADOS – TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS
TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS “Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque…
TU AMOR ES GRANDE HASTA LOS CIELOS
“Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque tu amor es grande hasta los cielos, y hasta las nubes tu fidelidad” (Sal. 57:9, 10).
Martes: 13 de febrero
SEÑOR, SI MIRARAS LOS PECADOS
Lee Salmo 130. ¿Cómo se describen la gravedad del pecado y la esperanza para los pecadores?
Salmo 130
1 De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. 2 Señor, oye mi voz; Estén atentos tus oídos A la voz de mi súplica. 3 JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? 4 Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado. 5 Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. 6 Mi alma espera a Jehová Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana. 7 Espere Israel a Jehová, Porque en Jehová hay misericordia, Y abundante redención con él; 8 Y él redimirá a Israel De todos sus pecados.
La gran aflicción del salmista está relacionada con sus propios pecados y los de su pueblo (Sal. 130:3, 8). Los pecados del pueblo son tan graves que amenazan con separarlo de Dios para siempre (Sal. 130:3). Las Escrituras hablan de los registros de los pecados que se guardan para el Día del Juicio (Dan. 7:10; Apoc. 20:12), y de los nombres de los pecadores que se borran del Libro de la Vida (Éxo. 32:32; Sal. 69:28; Apoc. 13:8).
El salmista apela así al perdón de Dios, quien eliminará el registro de los pecados (Sal. 51:1, 9; Jer. 31:34; Miq. 7:19). Sabe que “Dios no es airado por naturaleza. Su amor es eterno. Su ‘ira’ solamente se despierta cuando el hombre no aprecia su amor. […] El propósito de su ira no es herir, sino curar al hombre; no destruir, sino salvar a su pueblo del Pacto (ver Ose. 6:1, 2)” (Hans K. LaRondelle, Deliverance in the Psalms [Berrien Springs, MI: First Impressions, 1983], pp. 180, 181). Notablemente, es la disposición de Dios a perdonar los pecados, y no a castigarlos, lo que inspira reverencia a Dios (Sal. 130:4; Rom. 2:4). La adoración auténtica se construye sobre la admiración del carácter de amor de Dios, no sobre el temor al castigo.
Los hijos de Dios son llamados a esperar en el Señor (Sal. 27:14; 37:34). La palabra hebrea leqavot (‘esperar’) podría significar etimológicamente “estirarse”, y es la raíz de la palabra hebrea para “esperanza”. Por lo tanto, esperar al Señor no es entregarse pasivamente ante circunstancias miserables, sino más bien es “estirarse” lleno de esperanza o ilusionarse con la intervención del Señor. La esperanza del salmista no se basa en su optimismo personal, sino en la Palabra de Dios (Sal. 130:5). La espera fiel en el Señor no es en vano porque, tras la noche oscura, llega la mañana de la liberación divina.
Observa cómo la súplica personal del salmista se convierte en la de toda la comunidad (Sal. 130:7, 8). El bienestar personal y el de todo el pueblo son inseparables. Por ende, no oramos únicamente por nosotros mismos, sino por la comunidad. Como creyentes, formamos parte de una comunidad, y lo que impacta en una parte de la ella repercute en todos.
Piensa en la pregunta: “Señor, si miraras los pecados, ¿quién podría subsistir?” (Sal. 130:3). ¿Qué significa eso para ti personalmente? ¿Dónde estarías si el Señor mirara tus pecados?
Comentarios Elena G.W
JAH, si mirares a lo pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Salmo 130:3, 4
Para aquellos que se han desviado del camino el Señor ofrece palabras de ánimo. Aceptará sus oraciones si se arrepienten y convierten. Por medio del infinito sacrificio de Cristo y por fe en su nombre pueden beneficiarse con el cumplimiento de las promesas de Dios. Los hijos de Adán pueden llegar a ser hijos de Dios.
¡Oh, cuán agradecidos debiéramos estar de que al asumir Cristo la naturaleza humana, los hombres caídos puedan recibir una segunda oportunidad! Cristo los ubica en terreno ventajoso. Al relacionarse con él pueden ser colaboradores de Dios. Por medio de la gracia que cada día les da Cristo, pueden ser elevados y ennoblecidos hasta llegar a ser hijos e hijas de Dios. Tal amor no tiene parangón (Cada día con Dios, p. 253).
Los hombres pueden decir: «Te perdono todos los agravios que me has hecho», y su perdón no borrará un solo pecado. Pero la voz que resuena desde el Calvario: «Hijo mío, hija mía, tus pecados te son perdonados», es completamente eficaz. Solamente esa palabra tiene poder y despierta gratitud en el corazón agradecido. Tenemos un Mediador. No hay más que un canal de perdón y ese canal está siempre abierto. Por medio de él un torrente abundante de misericordia divina y perdón se derrama sobre nosotros…
Muchos han expresado su asombro de que Dios exigiera que los judíos mataran tantas víctimas como ofrenda de sacrificio, pero él debía grabar en sus mentes la excelsa y solemne verdad de que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados…
Nunca veremos ni comprenderemos la profunda angustia de los sufrimientos del inmaculado Cordero de Dios hasta que palpemos cuán hondo es el abismo del cual hemos sido rescatados, qué atroz es el pecado del cual la humanidad es culpable, y por fe nos apoderemos del perdón total y completo (Alza tus ojos, p. 217).
Si cometéis un error, trocad vuestra derrota en victoria. Si se las aprende bien, las lecciones que Dios envía imparten ayuda oportuna. Pongan su confianza en Dios. Oren mucho y crean. Si confina, esperan, creen y se aferran de la mano del poder infinito, serán más que vencedores.
Los verdaderos obreros andan y trabajan por la fe. A veces se cansan de observar el lento progreso de la obra, cuando la batalla ruge entre las potestades del bien y el mal. Pero si se niegan a aceptar el fracaso o a desalentarse, verán disiparse las nubes y cumplirse la promesa de la liberación. A través de la neblina con que Satanás los ha rodeado, verán resplandecer los brillantes rayos del Sol de justicia…
Aguarden, no con ansiedad inquieta, sino con fe indómita y confianza inconmovible (Testimonios para la iglesia, t. 7, pp. 232, 233).