Jesús es nuestro ejemplo, no solo en su pureza sin mancha, sino también en su paciencia, amabilidad y disposición servicial. Su vida es una ilustración de la cortesía verdadera. El tenía siempre una mirada bondadosa y una palabra de consuelo para los menesterosos y los oprimidos… Al ver a hombres cansados obligados a llevar pesadas cargas, compartía éstas con ellos mientras les repetía las lecciones que había aprendido de la naturaleza acerca del amor y bondad de Dios. Trataba de inspirar esperanza a los más toscos y a los menos promisorios, presentándoles la seguridad de que podrían llegar a poseer un carácter que los revelaría como hijos de Dios (Obreros evangélicos, pp. 127, 128).
La religión de Jesús ablanda cuanto haya de duro y brusco en el genio, y suaviza lo tosco y violento de los modales. Hace amables las palabras y atrayente el porte. Aprendamos de Cristo a combinar un alto sentido de la pureza e integridad con una disposición alegre. Un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo.
Las palabras bondadosas son como el rocío y suaves lluvias para el alma. La Escritura dice de Cristo que la gracia fue derramada en sus labios, para que supiese «hablar en sazón palabra al cansado». Isaías 50:4. Y el Señor nos recomienda: «Sea vuestra palabra siempre con gracia», «para que dé gracia a los oyentes». Colosenses 4:6; Efesios 4:29 (Obreros evangélicos, p. 128).
El apóstol, viendo la tendencia al abuso del don del habla, da instrucciones en cuanto a su uso. «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca», dice, «sino la que sea buena para la necesaria edificación». La palabra «corrompida» califica aquí toda palabra que haría una impresión desfavorable a los principios santos y a la religión sin mácula, toda expresión que eclipsaría la visión de Cristo y borraría de la mente la verdadera simpatía y amor. Incluye las sugerencias impuras, que, a menos que sean resistidas al instante, llevarán a grave pecado…
En toda su enseñanza Cristo presentó principios puros y no adulterados. No pecó, ni fue hallado engaño en su boca. Constantemente fluían ennoblecedoras y santas verdades de sus labios. Habló como ningún hombre habló, con un sentimiento que tocaba el corazón…
Cultivad una mentalidad de oración y educad la lengua para hablar palabras justas, que sean de bendición y no de desaliento. Hablad de la bondad, la misericordia y el amor de Dios. Desechad todas las palabras incrédulas y todo lo que es barato y común. Que vuestras palabras sean palabras sanas, que no puedan ser condenadas, y la paz de Dios seguramente vendrá al alma (In Heavenly Places, p. 175; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 177).