- septiembre 24, 2024
Martes 24 de septiembre – LAS MUJERES EN EL SEPULCRO – EL SEÑOR RESUCITADO
EL SEÑOR RESUCITADO “Pero él les dijo: ‘No se asusten. Ustedes buscan a Jesús nazareno, que fue crucificado. ¡Ha resucitado!…
EL SEÑOR RESUCITADO
“Pero él les dijo: ‘No se asusten. Ustedes buscan a Jesús nazareno, que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto’ ” (Mar. 16:6).
Martes: 24 de septiembre
LAS MUJERES EN EL SEPULCRO
“Las mujeres que habían estado al lado de la cruz de Cristo esperaron velando que transcurriesen las horas del sábado. El primer día de la semana, muy temprano, se dirigieron a la tumba llevando consigo especias preciosas para ungir el cuerpo del Salvador. No pensaban acerca de su resurrección de los muertos. El sol de su esperanza se había puesto y había anochecido en sus corazones. Mientras caminaban, relataban las obras de misericordia de Cristo y sus palabras de consuelo. Pero no recordaban sus palabras: ‘Os volveré a ver’ (Juan 16:22)” (DTG 732).
Lee Marcos 16:1 al 8. ¿Qué sucedió y cómo respondió la mujer al principio?
Marcos 16:1-8
1 Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. 2 Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. 3 Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? 4 Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. 5 Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. 6 Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. 7 Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. 8 Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo.
Desde el comienzo del Evangelio, el lector sabe que Jesús es el Mesías. Pero en el texto mismo, la primera persona no endemoniada que lo reconoce como tal es Pedro, en Marcos 8:29. ¡Y esta declaración ocurre recién en la segunda mitad del libro!
A lo largo del Evangelio de Marcos, Jesús pide a las personas que mantengan en reserva quién es él o sus curaciones milagrosas. En Marcos 1:44, dice a un leproso que no cuente su sanación a nadie. En Marcos 5:43, pide a Jairo y a su esposa lo mismo acerca de la resurrección de su hija. En Marcos 7:36, dice a un grupo que no digan a la gente acerca de su curación de un sordomudo. Y luego ordena a sus discípulos no decir a la gente que él es el Mesías (Mar. 8:30; ver también Mar. 9:9). No cabe duda de que la principal razón por la que Jesús les pedía que guardaran silencio era para disponer del tiempo necesario para terminar su ministerio de acuerdo con el tiempo profético anunciado en Daniel 9:24 al 27.
Ahora, en esta escena, aun después de que se les ha dicho que Jesús ha resucitado, las mujeres, temerosas y asombradas, huyen del sepulcro y, al menos en un primer momento, tampoco ellas hablan acerca de lo que ha sucedido.
No obstante, el silencio no dura mucho. Al llegar al final del libro de Marcos, leemos lo siguiente: “Y ellos salieron y predicaron en todas partes. Y el Señor los ayudaba, y confirmaba la palabra con las señales que seguían” (Mar. 16:20).
De esa manera, el secreto acerca de quién es Jesús y de lo que ha hecho es finalmente dado a conocer ampliamente. El libro concluye diciendo que ellos “predicaron en todas partes”.
¿Por qué no deberíamos guardar silencio acerca de Jesús y de lo que ha hecho? ¿A quién podrías hablar hoy acerca de Jesús y del Plan de Salvación?
Comentarios Elena G.W
María [aún] no había oído las buenas noticias. Ella fue a Pedro y a Juan con el triste mensaje: «Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto». Los discípulos se apresuraron a ir a la tumba, y la encontraron como había dicho María. Vieron los lienzos y el sudario, pero no hallaron a su Señor. Sin embargo, había allí un testimonio de que había resucitado. Los lienzos mortuorios no habían sido arrojados con negligencia a un lado, sino cuidadosamente doblados, cada uno en un lugar adecuado. Juan «vio, y creyó». No comprendía todavía la escritura que afirmaba que Cristo debía resucitar de los muertos; pero recordó las palabras con que el Salvador había predicho su resurrección (El Deseado de todas las gentes, p. 733).
María había sido considerada como una gran pecadora, pero Cristo conocía las circunstancias que habían formado su vida. Él hubiera podido extinguir toda chispa de esperanza en su alma, pero no lo hizo. Era él quien la había librado de la desesperación y la ruina. Siete veces ella había oído la reprensión que Cristo hiciera a los demonios que dirigían su corazón y mente. Había oído su intenso clamor al Padre en su favor. Sabía cuán ofensivo es el pecado para su inmaculada pureza, y con su poder ella había vencido.
Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en María aptitudes para lo bueno. Vio los rasgos mejores de su carácter. El plan de la redención ha investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades debían realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser participante de la naturaleza divina. Aquella que había caído, y cuya mente había sido habitación de demonios, fue puesta en estrecho compañerismo y ministerio con el Salvador. Fue María la que se sentaba a sus pies y aprendía de él. Fue María la que derramó sobre su cabeza el precioso ungüento, y bañó sus pies con sus lágrimas. María estuvo junto a la cruz y le Siguió hasta el sepulcro. María fue la primera en ir a la tumba después de su resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado (El Deseado de todas las gentes, p. 521).
Cristo dio a la iglesia un encargo sagrado. Cada miembro debe ser un medio por el cual Dios pueda comunicar al mundo los tesoros de su gracia, las inescrutables riquezas de Cristo. No hay nada que el Salvador desee tanto como tener agentes que quieran representar al mundo su Espíritu y su carácter. No hay nada que el mundo necesite tanto como la manifestación del amor del Salvador por medio de seres humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y a las mujeres por medio de los cuales pueda Dios revelar el poder del cristianismo.
La iglesia es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad, facultada por él para hacer una obra especial; y si le es leal y obediente a todos sus mandamientos, habitará en ella la excelencia de la gracia divina. Si manifiesta verdadera fidelidad, si honra al Señor Dios de Israel, no habrá poder capaz de resistirle (Los hechos de los apóstoles, pp. 479, 480).