Martes 3 de septiembre – LA ABOMINACIÓN ASOLADORA- LOS ÚLTIMOS DÍAS

LOS ÚLTIMOS DÍAS “Entonces verán al Hijo del hombre que vendrá en las nubes con gran poder y gloria. Entonces…

 Martes 3 de septiembre – LA ABOMINACIÓN ASOLADORA- LOS ÚLTIMOS DÍAS

LOS ÚLTIMOS DÍAS

“Entonces verán al Hijo del hombre que vendrá en las nubes con gran poder y gloria. Entonces él enviará a sus ángeles y juntará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo” (Mar. 13: 26, 27).

Martes: 3 de septiembre

LA ABOMINACIÓN ASOLADORA

Lee Marcos 13:14 al 18. ¿Qué clave da Jesús para entender qué es “la abominación asoladora”?

 

Marcos 13:14-18

14 Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. 15 El que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de su casa; 16 y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. 17 Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! 18 Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno;

Jesús llega al punto central acerca de la caída de Jerusalén en Marcos 13:14. Se refiere allí a “la abominación asoladora”. El Señor dice que el lector debería ser capaz de entender. Con estas palabras, está llevando la atención de los discípulos al libro de Daniel. Esta terminología aparece en Daniel 9:27, 11:31 y 12:11, con un paralelo en Daniel 8:13.

Lee Daniel 9:26 y 27. ¿Quién es el “príncipe que ha de venir”?

 

Daniel 9:26-27

26 Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. 27 Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador.

La mayoría de las versiones de la Biblia en castellano traducen correctamente la palabra hebrea māšiah en el versículo 26 como “Mesías”. De un estudio cuidadoso de Daniel 9:24 al 27, resulta claro que la palabra se refiere a la venida de Jesucristo.

Pero ¿quién es el “príncipe que ha de venir”, que acarrea la desolación de la ciudad de Jerusalén? La ciudad fue destruida por el general romano Tito. Por lo tanto, parece lógico concluir que él es el “príncipe que ha de venir”, al que se refiere Daniel 9:26 y 27. Los dos individuos están vinculados, porque la manera en que el Mesías fue tratado selló la suerte de la ciudad.

¿En qué consiste la “abominación asoladora” que Jesús citó de Daniel? Desafortunadamente, muchos eruditos creen que esta abominación se refiere a la profanación del Templo por parte del rey griego Antíoco Epífanes en el siglo segundo antes de Cristo, pero esa interpretación es errónea. Jesús describe la “abominación asoladora” como algo que ocurriría después de su propio tiempo. Por lo tanto, difícilmente podía referirse a algo sucedido dos siglos antes del ministerio terrenal de Cristo.

En lugar de ello, la abominación se refiere probablemente a la colocación de los estandartes paganos romanos en Israel durante el asedio de Jerusalén a fines del año 60 d.C. Esta fue la señal para que los cristianos huyeran de la ciudad, lo cual hicieron.

Así como lo predijo Jesús, Jerusalén cayó. ¿Cómo podemos aprender a confiar en él y en todas las predicciones de la Biblia?

Comentarios Elena G.W

Jesús declaró a los discípulos los castigos que iban a caer sobre el apóstata Israel y especialmente los que debería sufrir por haber rechazado y crucificado al Mesías. Iban a producirse señales inequívocas, precursoras del espantoso desenlace. La hora aciaga llegaría presta y repentinamente. Y el Salvador advirtió a sus discípulos: «Por tanto, cuando viereis la abominación del asolamiento, que fue dicha por Daniel profeta, que estará en el Lugar Santo (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes». Mateo 24: 15, 16; Lucas 21:20. Tan pronto como los estandartes del ejército romano idólatra fuesen clavados en el suelo sagrado, que se extendía varios estadios más allá de los muros, los creyentes en Cristo debían huir a un lugar seguro. Al ver la señal preventiva, todos los que quisieran escapar debían hacerlo sin tardar. Tanto en tierra de Judea como en la propia ciudad de Jerusalén el aviso de la fuga debía ser aprovechado en el acto. Todo el que se hallase en aquel instante en el tejado de su casa no debía entrar en ella ni para tomar consigo los más valiosos tesoros; los que trabajaran en el campo y en los viñedos no debían perder tiempo en volver por las túnicas que se hubiesen quitado para sobrellevar mejor el calor y la faena del día. Todos debían marcharse sin tardar si no querían verse envueltos en la ruina general (El conflicto de los siglos, p. 25).

Los profetas habían llorado la apostasía de Israel y lamentado las terribles desolaciones con que fueron castigadas sus culpas. Jeremías deseaba que sus ojos se volvieran manantiales de lágrimas para llorar día y noche por los muertos de la hija de su pueblo y por el rebaño del Señor que fue llevado cautivo. Jeremías 9:1; 13:17. ¡Cuál no sería entonces la angustia de Aquel cuya mirada profética abarcaba, no unos pocos años, sino muchos siglos! Veía al ángel exterminador blandir su espada sobre la ciudad que por tanto tiempo fuera morada de Jehová. Desde la cumbre del Monte de los Olivos, en el lugar mismo que más tarde iba a ser ocupado por Tito y sus soldados, miró a través del valle los atrios y pórticos sagrados, y con los ojos nublados por las lágrimas, vio en horroroso anticipo los muros de la ciudad circundados por tropas extranjeras; oyó el estrépito de las legiones que marchaban en son de guerra, y los tristes lamentos de las madres y de los niños que lloraban por pan en la ciudad sitiada. Vio el templo santo y hermoso, los palacios y las torres devorados por las llamas, dejando en su lugar tan solo un montón de humeantes ruinas (El conflicto de los siglos, p. 21).

Podemos saber que si nuestra vida está oculta con Cristo en Dios, cuando entremos en la prueba a causa de nuestra fe, Jesús estará con nosotros. Cuando se nos lleve delante de los dirigentes y los dignatarios para dar razón de nuestra fe, el Espíritu del Señor iluminará nuestro entendimiento y seremos capaces de dar testimonio para la gloria de Dios. Y si somos llamados a sufrir por Cristo, seremos capaces de ir a la prisión confiando en él como un niñito confía en sus padres. Ahora es el momento de cultivar la fe en Dios (Nuestra elevada vocación, p. 359).

Elena G.W

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