- julio 30, 2024
Martes 30 de julio – EN LA MONTAÑA RUSA CON JESÚS – MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO
MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO “Pero Jesús no le permitió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, a los tuyos,…
MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO
“Pero Jesús no le permitió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo y cómo tuvo compasión de ti’ ” (Mar. 5:19).
Martes: 30 de julio
EN LA MONTAÑA RUSA CON JESÚS
Lee Marcos 5:21 al 24. ¿Qué características de Jairo se destacan en particular?
Marcos 5:21-24
21 Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. 22 Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, 23 y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. 24 Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.
Los dirigentes religiosos como Jairo no eran típicamente amigos de Jesús (ver Mar. 1:22; 3:2, 6; Luc. 13:14). Por lo tanto, todo parece indicar que estaba desesperado. Esta desesperación se hace evidente al postrarse ante Jesús. Su ruego resulta comprensible para cualquier padre; su hija está agonizando. Pero tiene fe en que Jesús puede ayudarlo. Sin pronunciar una sola palabra, Jesús parte con el padre rumbo a su casa.
Lee Marcos 5:25 al 34. ¿Qué interrumpe la marcha hacia la casa de Jairo?
Marcos 5:25-34
25 Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, 26 y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, 27 cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. 28 Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. 29 Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. 30 Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? 31 Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. 33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. 34 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.
El relato se traslada súbitamente a otra escena que evoca piedad. Una mujer sufre terriblemente a causa de una enfermedad durante doce años. Esta historia acerca de Jairo y de la mujer enferma es el segundo relato sándwich de Marcos (ver Mar. 3:20-35, que fue estudiado en la lección 3). En esta historia, los dos personajes contrastantes, Jairo y la mujer, acuden a Jesús en busca de ayuda.
La mujer se acerca a Jesús desde atrás y toca su manto. Inmediatamente recupera la salud. Pero Jesús se detiene y pregunta: «¿Quién ha tocado mi ropa?”
La mujer, que había estado tan enferma, estaba de pronto recuperada. Pero temía que Jesús estuviera disgustado por lo que había ocurrido. Aquello fue un viaje vertiginoso para las emociones de ella. Pero Jesús quería sanar su alma, no solo su cuerpo.
Volviendo a Jairo (ver Mar. 5:35-43), también su experiencia fue un viaje vertiginoso para este principal de la sinagoga. Jesús solo permitió que Pedro, Santiago y Juan lo acompañaran, junto con los padres de la muchacha. Jesús declara entonces que ella no está muerta, sino dormida. Hace salir a todos los plañideros y enlutados, y se dirige a la habitación donde yace la niña muerta. Tomando su mano, dice: “talita cumi”. Marcos traduce estas palabras: “Niña, a ti te digo, levántate”. La palabra talita significa en realidad “cordero” y pudo haberse tratado de una expresión cariñosa acostumbrada para designar a un niño en el ambiente del hogar. La orden de que nadie lo supiese es parte del patrón teológico revelación/secreto que recorre el Evangelio de Marcos y que apunta a quién es Jesús; algo que, en última instancia, no puede permanecer oculto.
Comentarios Elena G.W
[Jesús] permaneció… a orillas del mar por un tiempo, enseñando y sanando, y luego se dirigió a la casa de Leví Mateo para encontrarse con los publicanos en su fiesta. Allí le encontró Jairo, príncipe de la sinagoga.
Este anciano de los judíos vino a Jesús con gran angustia, y se arrojó a sus pies exclamando: «Mi hija está a la muerte: ven y pondrás las manos sobre ella para que sea salva, y visara».
Jesús se encaminó inmediatamente con el príncipe hacia su casa. Aunque los discípulos habían visto tantas de sus obras de misericordia, se sorprendieron al verle acceder a la súplica del altivo rabino (El Deseado de todas las gentes, p. 3 10).
Al abrirse paso por entre el gentío, llegó el Salvador cerca de donde estaba la mujer enferma. Ella había procurado en vano una y otra vez acercarse a él. Ahora había llegado su oportunidad, pero no veía cómo hablar con él. No quería detener su lento avance. Pero había oído decir que con solo tocar su vestidura se obtenía curación, y temerosa de perder su única oportunidad de alivio, se adelantó…
Cristo conocía todos los pensamientos de ella, y se dirigía hacia ella. Comprendía él la gran necesidad de la mujer, y le ayudaba a ejercitar su fe.
Al pasar él, se le adelantó la mujer, y logró tocar apenas el borde de su vestido. En el acto notó que había sanado. En aquel único toque habíase concentrado la fe de su vida, e inmediatamente desaparecieron su dolor y debilidad (El ministerio de curación, pp. 38, 39).
Cristo no hizo la pregunta [«¿Quién es el que me ha tocado?»] para obtener información. Quería dar una lección al pueblo, a sus discípulos y a la mujer, infundir esperanza al afligido y mostrar que la fe había hecho intervenir el poder curativo. La confianza de la mujer no debía ser pasada por alto sin comentario. Dios tenía que ser glorificado por la confesión agradecida de ella. Cristo deseaba que ella comprendiera que él aprobaba su acto de fe. No quería dejarla ir con una bendición incompleta. Ella no debía ignorar que él conocía sus padecimientos. Tampoco debía desconocer el amor compasivo que le tenía ni la aprobación que diera a la fe de ella en el poder que había en él para salvar hasta lo sumo a cuantos se allegasen a él.
Viendo que no podía ocultarse, la mujer se adelantó temblando, y se postró a sus pies. Con lágrimas de gratitud, le dijo, en presencia de todo el pueblo, por qué había tocado su vestido y cómo había quedado sana en el acto. Temía que al tocar su manto hubiera cometido un acto de presunción; pero ninguna palabra de censura salió de los labios de Cristo… Con dulzura le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz». Vers. 48. ¡Cuán alentadoras le resultaron esas palabras! El temor de que hubiera cometido algún agravio ya no amargaría su gozo (El ministerio de curación, pp. 39, 40).