Martes 5 de noviembre – ACEPTACIÓN Y RECHAZO – MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS “Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).…

 Martes 5 de noviembre – ACEPTACIÓN Y RECHAZO – MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

“Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).

Martes: 5 de noviembre

ACEPTACIÓN Y RECHAZO

La lección 2 describió la alimentación de los cinco mil en Juan 6, pero no cubrió la sección final de esa historia, que se estudia aquí.

Lee Juan 6:51 al 71. ¿Qué dijo Jesús que resultó difícil de aceptar para la gente?

 

Juan 6:51-71

51 Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. 52 Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? 53 Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57 Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. 58 Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. 59 Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum. 60 Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? 61 Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? 62 ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? 63 El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. 64 Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. 65 Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. 66 Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. 67 Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? 68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 70 Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? 71 Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque este era el que le iba a entregar, y era uno de los doce.

Después de ser alimentada milagrosamente por Jesús, la gente estaba dispuesta a coronarlo rey (Juan 6:1-15). Luego, Jesús explicó en la sinagoga de Capernaum el significado espiritual del milagro: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Explica con más detalle que este pan es su carne, que da para la vida del mundo (Juan 6:51).

Esto abrió los ojos de la multitud al hecho de que Jesús no sería su rey terrenal. Él no encajaba en el molde del pensamiento terrenal. Rechazaron la conversión, que transformaría su forma de pensar para que pudieran reconocer y aceptar a Jesús como el Mesías. Muchos de sus discípulos lo abandonaron desde ese momento (Juan 6:66).

Desde un punto de vista humano, esto debió ser difícil para Jesús. La aprobación de la multitud es agradable. ¿Quién no quiere ser aceptado? Pero, cuando alguien ve que muchos retroceden y cuestionan sus principios, eso resulta naturalmente desalentador. Al ver a la multitud marcharse, Jesús pregunta a su círculo íntimo, los Doce, si quieren irse también.

Entonces, Pedro hace su sorprendente confesión, otro testimonio tanto de lo que Jesús tiene como de quién es: “Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y conocemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:68, 69).

Los discípulos llevaban bastante tiempo viajando con Jesús, viendo sus milagros y escuchando sus sermones. Sabían por experiencia que no había nadie como él. Se apoderó de ellos la convicción de que, por insólitas que fueran algunas situaciones y por mucho que todavía no comprendieran acerca del propósito de su venida, este hombre era el Mesías. Solo después de su muerte y su resurrección comenzaron a entender por qué había venido al mundo.

¿Qué podemos aprender de esta historia sobre el hecho de que la mayoría suele estar equivocada? ¿Por qué debemos recordar esto, especialmente en los aspectos de nuestra fe que son impopulares para la mayoría, incluso para la mayoría de los cristianos?

Comentarios Elena G.W

Los judíos estaban por celebrar la Pascua en Jerusalén, en conmemoración de la noche en que Israel había sido librado, cuando el ángel destructor hirió los hogares de Egipto. En el cordero pascual, Dios deseaba que ellos viesen el Cordero de Dios, y que por este símbolo recibiesen a Aquel que se daba a sí mismo para la vida del mundo. Pero los judíos habían llegado a dar toda la importancia al símbolo, mientras que pasaban por alto su significado. No discernían el cuerpo del Señor. La misma verdad que estaba simbolizada en la ceremonia pascual, estaba enseñada en las palabras de Cristo. Pero no la discernían tampoco.

Entonces los rabinos exclamaron airadamente: «¿Cómo puede este damos su carne a comer?» Afectaron comprender sus palabras en el mismo sentido literal que Nicodemo cuando preguntó: «¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?» Juan 3:4. Hasta cierto punto comprendían lo que Jesús quería decir, pero no querían reconocerlo. Torciendo sus palabras, esperaban crear prejuicios contra él en la gente.

Cristo no suavizó su representación simbólica. Reiteró la verdad con lenguaje aun más fuerte: «De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él» (El Deseado de todas las gentes, pp. 352, 353).

Cristo había pronunciado una verdad sagrada y eterna acerca de la relación entre él y sus seguidores. El conocía el carácter de los que aseveraban ser discípulos suyos, y sus palabras probaron su fe. Declaró que habían de creer y obrar según su enseñanza. Todos los que le recibían debían participar de su naturaleza y ser conformados según su carácter. Esto entrañaba renunciar a sus ambiciones más caras. Requería la completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran llamados a ser abnegados, mansos y humildes de corazón. Debían andar en la senda estrecha recorrida por el Hombre del Calvario, si querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo.

La prueba era demasiado grande. El entusiasmo de aquellos que habían procurado tomarle por fuerza y hacerle rey se enfrió. Este discurso pronunciado en la sinagoga —declararon— les había abierto los ojos. Ahora estaban desengañados. Para ellos, las palabras de él eran una confesión directa de que no era el Mesías, y de que no se habían de obtener recompensas terrenales por estar en relación con él. Habían dado la bienvenida a su poder de obrar milagros; estaban ávidos de verse libres de la enfermedad y el sufrimiento; pero no podían simpatizar con su vida de sacrificio propio. No les interesaba el misterioso reino espiritual del cual les hablaba. Los que no eran sinceros, los egoístas, que le habían buscado, no le deseaban más. Si no quería consagrar su poder e influencia a obtener su libertad de los romanos, no querían tener nada que ver con él (El Deseado de todas las gentes, p. 355, 356).

Elena G.W

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