- enero 7, 2025
Martes 7 de enero – UNA RELACIÓN CONDICIONAL – AMOR PACTUAL
AMOR PACTUAL “Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y…
AMOR PACTUAL
“Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él’” (Juan 14: 23).
Martes: 7 de enero
UNA RELACIÓN CONDICIONAL
Dios llama e invita a cada persona a una relación íntima de amor con él (ver Mat. 22: 1-14). Responder adecuadamente a esa invitación implica obedecer el mandato divino de amar a Dios y a los demás (ver Mat. 22: 37-39). Disfrutar de los beneficios de esta relación con Dios depende de si uno decide libremente aceptar o rechazar su amor.
Lee Oseas 9: 15; Jeremías 16: 5; Romanos 11: 22; y Judas 21. ¿Qué enseñan estos textos acerca de si los beneficios del amor de Dios pueden ser rechazados o incluso perdidos?
Oseas 9: 15
15 Toda la maldad de ellos fue en Gilgal; allí, pues, les tomé aversión; por la perversidad de sus obras los echaré de mi casa; no los amaré más; todos sus príncipes son desleales.
Jeremías 16: 5
5 Porque así ha dicho Jehová: No entres en casa de luto, ni vayas a lamentar, ni los consueles; porque yo he quitado mi paz de este pueblo, dice Jehová, mi misericordia y mis piedades.
Romanos 11: 22
22 Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.
Judas 21
21 conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.
En estos y otros textos, el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación de amor con Dios se describe repetidamente como condicionado a la respuesta humana a ese amor. Sin embargo, no debemos cometer el error de pensar que Dios deja de amar a alguien. Como hemos visto, el amor de Dios es eterno. Y, aunque en Oseas 9: 15 Dios dice de su pueblo: “No los amaré más”, es importante recordar que más adelante, en el mismo libro, Dios declara acerca de su pueblo: “Los amaré de pura gracia” (Ose. 14: 4). Oseas 9: 15 no puede significar que Dios deja por completo de amar a su pueblo. Debe referirse, en cambio, a la condicionalidad de algún aspecto o beneficio particular de una relación de amor con Dios. Además, la forma en que respondemos a su amor es crucial para que esta relación continúe.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14: 21). Del mismo modo, Jesús proclama a sus discípulos: “El Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que yo salí de Dios” (Juan 16: 27, RVC).
Estos y otros textos enseñan que el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación salvífica con Dios depende de que aceptemos su amor (lo que también implica estar dispuestos a compartir ese amor con los demás). Una vez más, esto no significa que el amor de Dios deje de existir. Pero, así como no podemos impedir que el sol brille, pero podemos aislarnos de sus rayos, no podemos hacer nada para detener el amor eterno de Dios, pero podemos rechazar finalmente una relación con Dios y, por tanto, aislarnos de lo que nos ofrece; especialmente, de la vida eterna.
¿De qué maneras pueden las personas ver y experimentar la realidad del amor de Dios, independientemente de que correspondan a ese amor o no? Por ejemplo, ¿cómo revela su amor el mundo natural, incluso después del pecado?
Comentarios Elena G.W
Considerar a Cristo como nuestra única fuente de fortaleza, presentar su amor incomparable para que la culpa de los pecados fuera cargada a su cuenta y su propia justicia fuera acreditada al hombre, de ninguna manera anula o descarta la ley o rebaja su dignidad; al contrario: la coloca en el lugar en que brilla sobre ella la verdadera luz y la glorifica. Esto se logra solo por la luz que refleja desde el Calvario. La ley es completa y plena en el gran plan de salvación, solamente al ser presentada en la luz que brilla desde el Salvador crucificado y resucitado. Esto se puede discernir solo espiritualmente. Enciende en el corazón del que contempla la fe ardiente, la esperanza y el gozo de que Cristo es su justicia. Este gozo es solo para los que aman y guardan las palabras de Jesús, que son las palabras de Dios (Mensajes selectos, t. 3, p. 200).
Será un gran misterio para [el creyente] que Jesús haya hecho tan grande sacrificio a fin de redimirlo. Exclamará, con humilde semblante y labio vacilante: “Él me amó. Se dio a sí mismo por mí. Se hizo pobre para que yo, por su pobreza, pudiera ser hecho rico. El varón de dolores no me despreció, sino que derramó su amor inagotable y redentor para que mi corazón pudiera ser hecho limpio; y me ha traído de vuelta a la lealtad y la obediencia a todos sus mandamientos. Su condescendencia, su humillación, su crucifixión, son los milagros culminantes de la maravillosa manifestación del plan de salvación… Todo lo hizo para que sea posible impartirme su propia justicia, para que yo pueda cumplir la ley que he transgredido. Por esto lo adoro. Y proclamaré de él a todos los pecadores». Proclamaré, ‘He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!””(The Review and Herald, 16 de octubre, 1888, párrafo 11; parcialmente en Dios nos cuida, p. 318).
Al principio, Dios se revelaba en todas las obras de la creación. Fue Cristo quien extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra. Fue su mano la que colgó los mundos en el espacio, y modeló las flores del campo. “Él asienta las montañas con su fortaleza», “suyo es el mar, pues que él lo hizo”. Salmo 65:6; 95:5. Fue él quien llenó la tierra de hermosura y el aire con cantos. Y sobre todas las cosas de la tierra, del aire y el cielo, escribió el mensaje del amor del Padre.
Aunque el pecado ha estropeado la obra perfecta de Dios, esa escritura permanece. Aun ahora todas las cosas creadas declaran la gloria de su excelencia. Fuera del egoísta corazón humano, no hay nada que viva para sí… Las flores exhalan fragancia y ostentan su belleza para beneficio del mundo. El sol derrama su luz para alegrar mil mundos (El Deseado de todas las gentes, pp. 11,12).