Martes 9 de julio – MÁS MINISTERIO SABÁTICO – UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS “Y les dijo: ‘Vengan en pos de mí y los haré pescadores de…

 Martes 9 de julio – MÁS MINISTERIO SABÁTICO – UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

UN DÍA EN EL MINISTERIO DE JESÚS

“Y les dijo: ‘Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres’ ” (Mar. 1:17).

Martes: 9 de julio

MÁS MINISTERIO SABÁTICO

Lee Marcos 1:29 al 34. ¿Cómo ayudó Jesús a la familia de Pedro y qué lecciones espirituales podemos extraer de este relato?

 

Marcos 1:29-34

29 Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. 30 Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. 31 Entonces él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía. 32 Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; 33 y toda la ciudad se agolpó a la puerta. 34 Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.

Después del asombroso servicio religioso en la sinagoga, Jesús se retira con su pequeño grupo de discípulos (Pedro, Andrés, Santiago y Juan) al hogar de Pedro, evidentemente para dedicar el resto del sábado a una comida amistosa y a la confraternidad.

Pero una nota de preocupación sobrevuela la escena: la suegra de Pedro está enferma y afiebrada, lo que en ese tiempo significaba solo dos opciones: recuperarse o morir. Ellos le hablan a Jesús de la enfermedad, y Jesús toma a la suegra de Pedro de la mano y la pone en pie. Ella inmediatamente comienza a atender las necesidades de ellos. ¡Qué poderoso ejemplo de que quienes han sido salvados y sanados por Jesús sirven a otros como resultado!

A lo largo del Evangelio de Marcos, ocurre a menudo que Jesús sana a las personas afectadas tocándolas (Mar. 1:41; 5:41), aunque en otras ocasiones no se menciona ningún toque (Mar. 2:1-12; 3:1-6; 5:7-13).

Jesús no había concluido aún su tarea de servicio aquel día. Después de la puesta de sol, muchos acudieron a la casa de Pedro buscando sanidad, sin duda después de ver lo sucedido en la sinagoga ese día o por haber oído acerca de ello. El hecho de que el escritor del Evangelio no diga a sus lectores que la gente esperó a causa de las horas sabáticas para recién entonces acudir allí indica que él daba por sentado que sabían acerca del reposo sabático. Este rasgo del Evangelio de Marcos es consistente con el hecho de que sus lectores observaban el sábado.

Marcos dice que la ciudad entera se dio cita en la puerta de la casa aquel atardecer (Mar. 1:33). Sin duda, Jesús tuvo que dedicar considerable tiempo para atender a todas esas personas.

“Durante horas y horas, llegaban y se iban; porque nadie sabía si al día siguiente encontrarían al Médico todavía entre ellos. Nunca antes había presenciado Capernaum un día como ese. Llenaban el aire las voces de triunfo y de liberación. El Salvador se regocijaba por la alegría que había despertado. Mientras presenciaba los sufrimientos de aquellos que habían acudido a él, su corazón se conmovía de simpatía y se regocijaba en su poder de devolverles la salud y la felicidad.

“Jesús no cesó de trabajar hasta que el último doliente hubo quedado aliviado. Ya era muy avanzada la noche cuando la muchedumbre se fue, y el silencio descendió sobre el hogar de Simón. Había terminado el largo día lleno de excitación, y Jesús buscó descanso. Pero, mientras la ciudad estaba aún envuelta por el sueño, el Salvador ‘levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba’ ” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes [DTG], p. 225).

Comentarios Elena G.W

En la vivienda del pescador en Capernaúm, la suegra de Pedro yacía enferma de «grande fiebre; y le rogaron por ella». Jesús la tomó de la mano «y la fiebre la dejó». Lucas 4:38, 39; Marcos 1:30. Entonces ella se levantó y sirvió al Salvador y a sus discípulos. Mateo 8:15.

Con rapidez cundió la noticia. Hizo Jesús este milagro en sábado, y por temor a los rabinos el pueblo no se atrevió a acudir en busca de curación hasta después de puesto el sol. Entonces, de sus casas, talleres y mercados, los vecinos de la población se dirigieron presurosos a la humilde morada que albergaba a Jesús. Los enfermos eran traídos en camillas, otros venían apoyándose en bordones, o sostenidos por brazos amigos llegaban tambaleantes a la presencia del Salvador…

No cesó Jesús su obra hasta que hubo aliviado al último enfermo. Muy entrada era la noche cuando la muchedumbre se alejó, y la morada de Simón quedó sumida en el silencio (El ministerio de curación, p. 19).

Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas (El Deseado de todas las gentes, p. 313).

Hemos de llevar el yugo de Cristo, obrar como él obró por la salvación de los perdidos; y los que son partícipes de sus padecimientos participarán también de su gloria. El apóstol dice: «Sois colaboradores de Dios». Aferrémonos, pues, de su fortaleza. Que todo el que pronuncie el nombre de Cristo entre nosotros se convierta en obrero juntamente con Dios. Que la carga de toda la obra no recaiga sobre los ministros, sino que cada miembro de la iglesia entienda que tiene una obra que hacer…

La comisión del Salvador a su pueblo es: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Oh, cuán penosamente se ha descuidado esta obra, y sin embargo el mundo hambriento perece por falta del pan de vida. Que cada uno se entregue a Dios, acepte la dádiva celestial del Espíritu Santo, y salga a anunciar a los que están en tinieblas el amor y el sacrificio del Salvador, para que no perezcan, sino que tengan vida eterna. En cualquier lugar donde os establezcáis, sed una luz para la gente, señalando el camino trazado para los redimidos del Señor, y convertíos así en colaboradores de Dios (Bible Echo, 15 de abril, 1892).

Elena G.W

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