El cuerpo es el único medio por el cual la mente y el alma se desarrollan para la edificación del carácter. De allí que el adversario de las almas dirija sus tentaciones con el objeto de debilitar y degradar las facultades físicas. Si triunfa en este sentido, todo el ser se entregará al mal. Las tendencias de nuestra naturaleza física, a menos que se encuentren bajo el dominio de un poder superior, con toda seguridad nos arrastrarán a la ruina y la muerte.
El cuerpo debe ser puesto en servidumbre. Deben dominar las facultades superiores del ser. Las pasiones deben ser controladas por la voluntad, que a su vez debe estar controlada por Dios…
Es necesario grabar los requisitos divinos en la conciencia. Hombres y mujeres deben comprender claramente que tienen el deber de ejercer el dominio propio, que necesitan pureza, y que deben liberarse de todos los apetitos degradantes y los hábitos corruptos. Es necesario que se grabe en sus mentes la verdad de que todas sus facultades mentales y físicas son un don de Dios, y se deben conservar en la mejor condición posible para utilizarlas en su servicio…
Las vallas humanas levantadas contra las tendencias naturales y cultivadas no son nada más que bancos de arena que tratan de contener el torrente. Solamente cuando la vida de Cristo se convierte en un poder vivificador de nuestra vida, podemos resistir a las tentaciones que nos asaltan desde adentro y desde afuera…Al llegar a ser uno con Cristo, el hombre queda libre. La sujeción a la voluntad de Cristo significa restauración de las cualidades superiores de la naturaleza humana.
La obediencia a Dios nos liberta de la esclavitud del pecado, y de las pasiones e impulsos humanos. Así el hombre puede vencerse a sí mismo, vencer sus propias inclinaciones y triunfar sobre los principados y potestades, “gobernadores de estas tinieblas” y contra “malicias espirituales en los aires.” (MC:121-123) (81)