Lutero, que tenía por costumbre viajar a pie, pidió una vez alojamiento a unos sencillos campesinos que, sin saber que él era el gran héroe de la Reforma, le abrieron las puertas de su casa.
Cuando descubrieron que habían alojado al mismísimo Martín Lutero, se negaron a recibir ningún tipo de compensación económica por parte de él, pero sí le pidieron que les escribiera alguna frase en una de las paredes de la casa. Lutero escribió: “Domini sumus”.
—¿Qué significa esa frase? —le preguntó el campesino.
—Tiene doble significado —explicó Lutero—: puede significar “somos del Señor” y también “somos señores”.30
Ese es precisamente nuestro privilegio: ser “señores” de nuestra vida porque somos del Señor.
Parece una contradicción, pero no lo es. La pertenencia al Señor es lo que permite que caminar en sus caminos y obedecer sus principios sea la expresión máxima de nuestra libertad.
El perdón que Dios nos ha dado es la llave de nuestra libertad emocional, porque es el requisito imprescindible para nuestra paz interior. El amor a Dios es lo que quita el temor de nuestra vida y, por lo tanto, nos permite vivir sin miedo (al qué dirán, al qué pensarán, a ser juzgadas por otros seres humanos…).
En la creación (el Señor nos creó) y la redención (el Señor nos redimió) tomamos perspectiva de quiénes somos realmente en comparación con la Divinidad; y la humildad que surge en nosotras como resultado nos lleva a ser libres, pues elimina de la ecuación nuestra necesidad de andar defendiendo el yo.
Es el Señor nuestro defensor, puesto que de él somos, y eso, nuevamente, nos hace libres.
“Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, mantente firme y no te sometas nuevamente al yugo de esclavitud” (Gál. 5:1, NVI).
Seguir siendo “señora” de tu propia vida tiene un requisito previo: mantenerte firme en Cristo. Y esa es la paradoja: creemos que para ser libres es imprescindible no pertenecer a nadie.
Mentira. Para ser libres hay que conocer la verdad, la verdad nos hará libres (Juan 8:32); y la verdad, el camino y la vida es Jesús (Juan 14:6).
Si eres de Jesús, eres señora de tu vida, pues esa pertenencia al Señor es lo que hace que caminar en sus enseñanzas sea la expresión de tu máxima libertad. Grábalo en las paredes de tu mente.
“Ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones” (Gál. 5:13, NVI).
30 Roberto Herrera, Soy miembro de iglesia, ¿ahora qué hago? (Doral, Florida: IADPA, 2019), p. 73.