Cuenta James Dobson el caso de una familia que se va de vacaciones y, a medida que se van acumulando los kilómetros, también se va acumulando la ira del padre porque sus dos hijos varones, en el asiento de atrás, no dejan de quejarse, protestar, pelear, reñir y discutir.
Finalmente, la paciencia del padre se agota. Da un volantazo al auto para salirse de la carretera, saca bruscamente a los dos niños afuera, les da dos nalgadas y después les grita:
—¡¡¡No puedo soportarlo más!!! Si vuelven a decir una sola palabra cualquiera de los dos en los próximos treinta minutos, van a tener problemas conmigo.
Exactamente media hora después, el mayor pregunta con timidez:
—Papá, ¿ya podemos hablar?
—A ver, ¿qué tienes que decir? —le ladra el padre.
—Que cuando nos azotaste antes, se me salió un zapato. Allá quedó, media hora más atrás.31
Media hora que nos persigue; eso es lo que pasa cuando se deja salir la ira sin control: los “zapatos” se las arreglan para “salirse”; inevitablemente, siempre se vuelve contra una misma. No me malinterpretes; la ira, en sí misma, no es pecado (“airaos, pero no pequéis”, leemos en Efesios 4:26), es una emoción humana básica; pero cuando se sale de control… empeora una situación ya de por sí mala.
La ira es peligrosa, y del peligro hay que huir.
La Biblia nos da a entender que no hay nada glorioso en airarnos; al contrario: “La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa” (Prov. 19:11, LBA). ¿Glorioso pasar por alto una ofensa? ¿No es eso de tontos, de personas que no saben hacerse valer? Pues depende de qué criterio rija tu vida.
Si quieres que el criterio que rija siempre tu vida sea el de la Palabra de Dios, la respuesta es rotunda y categórica: no solo no es de tontos pasar por alto la ofensa, sino todo lo contrario: es de gente discreta, prudente, espiritual, segura en Cristo.
¿Significa eso que debo dejarme maltratar? No, claro que no. Significa que sea lo que sea lo que tengas que hacer para hacerle saber a una persona que se ha extralimitado contigo (o que ha llegado al colmo de tu paciencia), no lo hagas a través de una ira incontrolada. Hazlo con serenidad y después de una oración. Incluye a esa persona en tu oración.
“La ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Sant. 1:20, RVR95).
31 James Dobson, Bringing up Boys [Cómo criar hijos varones] (Wheaton, Illinois: Tyndale House).