Cuando el Espíritu Santo inunde las mentes humanas, desaparecerán todas las quejas y las acusaciones mezquinas que ocurren entre los hombres y sus semejantes. Los luminosos rayos del Sol de Justicia brillarán en las cámaras de la mente y el corazón. En nuestro culto a Dios no debe existir distinción entre ricos y pobres, ni entre blancos y negros. Debe eliminarse todo prejuicio. Cuando nos acercamos a Dios, debemos hacerlo como una sola hermandad. Somos peregrinos y extranjeros, y vamos en viaje hacia una tierra mejor, a saber, la patria celestial. Allí terminarán para siempre todo orgullo, toda acusación y toda vana ilusión. Se quitará toda máscara y “lo veremos tal como él es”. 1 Juan 3:2. Allí nuestros cantos repetirán el tema inspirador, y tributarán alabanza y agradecimiento a Dios. RP 90.2
El Señor Jesús vino a esta tierra a salvar a los hombres y las mujeres de todas las nacionalidades. Murió tanto por la raza de color como por la raza blanca. Jesús vino para iluminar a todo el mundo. Al comienzo de su ministerio declaró cuál era su misión: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor”. Lucas 4:18, 19. RP 90.3
Los ojos de Dios están sobre todas sus criaturas, él las ama a todas, y no establece diferencia alguna entre el blanco y el negro; la única diferencia consiste en tratar con especial y tierna compasión a los que tienen que soportar cargas más pesadas que otros. Los que aman a Dios y creen en Cristo como su Redentor, aunque tengan que hacer frente a las pruebas y a las dificultades que encuentran a su paso, deben aceptar con un espíritu gozoso su vida tal como es, y considerar que Dios ve todas estas cosas desde lo alto, y que por todo lo que el mundo deja de proporcionarles, Dios mismo los resarcirá con sus favores escogidos.—Mensajes Selectos 2:551. RP 90.4