Corría el mes de agosto del año 1939. Sucedió en la frontera entre Alemania y Polonia. Un grupo de oficiales de las SS llevaban a cabo una misión secreta: fingir un ataque de soldados polacos contra guardias alemanes.
El plan era hacer creer que Polonia atacaba a Alemania. De esa manera, creían los nazis, Francia e Inglaterra pensarían que Polonia se lo había ganado en caso de que Alemania los invadiera, y no sentirían el compromiso de defender a Polonia de las garras de Hitler. La clave, pensaba Hitler, para no recibir la oposición de las potencias aliadas ante su inmediata invasión de tierras polacas era la apariencia de legalidad: simular tan bien el ataque que no hubiera dudas de lo que había sucedido.
Si mordían el anzuelo, las leyes internacionales de la guerra estarían de su lado y podrían asolar al país vecino. Hipocresía en su máxima expresión. Ni Francia ni Gran Bretaña creyeron que el ataque había sido obra de Polonia, y decretaron la movilización. Era el paso previo a la guerra que siguió.
Qué absurdo es creer que podemos engañar con apariencia de legalidad a los ojos que nos observan. Tal vez resulte a nivel humano, pero ante quien conoce los corazones, tácticas como esta tienen tantas probabilidades de ganar la salvación como tuvo Hitler de ganar la Segunda Guerra Mundial.
No me malinterpretes: no estoy condenando el cumplimiento de la ley. De hecho, Jesús dijo: “Obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra” (Mat. 23:3). Obedecer la ley es justo y bueno; nada hay de condenable en ello.
Lo que Jesús condena es la actitud hipócrita de aparentar guardar la letra de la ley hasta en el más mínimo detalle (como “diezmar la menta, el anís y el comino”), mientras se participa activamente de males tan graves como la opresión o la avaricia, y se dejan de vivir en la práctica “la justicia, la misericordia y la fidelidad” (Mat. 23:23).
A Dios no le interesa nuestro legalismo, y mucho menos si lo usamos para humillar a otro ser humano. A Dios le interesa que amemos su ley porque es la expresión de su amor. Dios tiene claro que hacemos el ridículo cada vez que intentamos hacer parecer que somos lo que realmente no somos. Y tú, ¿lo tienes claro también?
“¡Ay de ustedes, […] hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados, bien arreglados por fuera, pero llenos por dentro […] de impureza. […] Aparentan ser gente honrada, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad” (Mat. 23:27, 28).