Jesús vino a este mundo nuestro para cumplir lo que las profecías predecían acerca del Mesías, el Cordero de Dios. ¿Y qué decían de él las profecías? Veamos algunos de los aspectos más destacados que el Antiguo Testamento profetizó sobre el Mesías que quedó retratado para nosotros en el Nuevo Testamento: “Será despreciado y desechado por la humanidad entera. Será el hombre más sufrido. […] ¡Será menospreciado! Con todo, él llevará sobre sí nuestros males, y sufrirá nuestros dolores, […] será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! […]
Por su llaga seremos sanados. […] Se verá angustiado y afligido, […] será llevado al matadero. […] Sufrirá la cárcel, el juicio y la muerte. […] Morirá en compañía de malhechores; […] pero al Señor le pareció bien quebrantarlo y hacerlo padecer. Cuando se haya presentado a sí mismo como ofrenda para la expiación de pecado, verá […] el fruto de su propia aflicción, y se dará por satisfecho” (Isa. 53, RVC).
Jesús creía en las Escrituras del Antiguo Testamento como la revelación del Padre, particularmente en lo que respectaba a su propia misión, y por eso aceptó la cruz, sabiendo que su muerte no sería una muerte sin sentido, sino que la salvación de la humanidad sería posible a través de ella. Por eso, una vez tuvo claro su propósito, hizo que este pasara a primer plano y habló abiertamente del que sería su duro final.
Decía que “el Hijo del hombre vino […] para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45, LBLA). “Esta era la perspectiva de Jesús sobre su propia muerte. A pesar de la gran importancia de sus enseñanzas, su ejemplo y sus obras de compasión y poder, ninguna de estas cosas sería el centro de su misión. Lo que dominaba su mente no era vivir sino entregar su vida. Este sacrificio final era su “hora”, por la cual había venido al mundo”.69
Es por esta razón que, cuando los cristianos captaron la realidad de que la cruz era el centro de la misión de Cristo, dieron el salto de no solo no avergonzarse de que su Maestro hubiera muerto crucificado, sino de sentirse totalmente identificados y agradecidos. Sabiendo que Jesús se había “dado por satisfecho” habiéndose “presentado a sí mismo como ofrenda para la expiación”, ellos consideraron un honor vivir a la sombra de la cruz.
“El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz” (1 Cor. 1:18) es tan central para el cristiano que la cruz misma ha llegado a ser símbolo de nuestra fe. Ahora, las preguntas que te hago hoy para tu reflexión son: ¿qué significa la cruz para ti? ¿Te avergüenza, o es el motor de tu vida? ¿Presumes de ella pero no vives a la altura del llamado que nos hace? Piénsalo bien, y haz los ajustes que sean necesarios.
“De nada quiero gloriarme sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál. 6:14).
69 John Stott, The Cross of Christ (Illinois; IVP Books, 2006), p. 37.