Hay un chiste que dice: ¿Qué mujer está más contenta, la que tiene doce hijos o la que tiene doce millones de dólares? La que tiene doce hijos, porque no quiere más. Después de la risa inicial que genera, queda en la mente un pensamiento: por más que amasemos dinero, nunca será suficiente. Hay algo en el ama humana que no se sacia con cosas materiales.
La Biblia presenta esta realidad.
En Eclesiastés 6:7, leemos: “Todo el duro trabajo del hombre es para su boca; y con todo eso, su alma no se sacia” (RVA-2015). Porque el alma, eso tan profundo con que Dios nos creó, no se sacia con comida, ni con productividad en el trabajo, ni con mucho dinero, ni con posesiones, ni con imagen, ni con prestigio, ni, ni, ni… Solo “él [Dios] sacia al alma sedienta y llena de bien al alma hambrienta” (Sal. 107:9, RVA-2015); el alma sedienta y hambrienta de salvación. Saciarte y llenar de bien tu alma, ¿te resulta una propuesta atractiva? Esa es la propuesta que te hace Dios.
Es Jesús mismo quien nos confronta a cada una de nosotras con las siguientes preguntas: “¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?” (Mar. 8:36, 37, NTV). Imagina que es él mismo quien te lo pregunta a ti. Hoy, cuando la palabra “beneficio” resulta tan perfecta para sintetizar lo que el ser humano busca y tras lo cual se afana, te invito a responderle a Jesús:
¿Hay algo que valga más para ti que tu alma? ¿Tal vez tus pensamientos? ¿Tus metas? ¿Tus sentimientos, tanto los de amargura que sientes contra alguien y no eres capaz de dejar ir, como el enamoramiento que quizás vives?
“La educación, la cultura, la fuerza de voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su propia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir una corrección externa del comportamiento, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar los manantiales de la vida.
Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo Alto, antes de que los hombres puedan ser cambiados del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solo su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerlas a Dios, a la santidad” (El camino a Cristo, pp. 16, 17).
Si tu alma es lo que más valoras, no la dejes morir. Ve a Cristo.
“¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma?” (Marcos 8:36, NTV).