¿Alguna vez se han referido a ti como “esta”? “Esta quién se cree que es”. “Qué hace esta aquí”. “Esta nunca entiende nada”. “Dile a esta que se calle”… Ni tú ni yo nos llamamos “esta”, y en seguida captamos que cuando nos llaman así, nos están poniendo en una posición poco favorable (por decirlo finamente). Posición en la que, por cierto, pusieron a Jesús en varias ocasiones.
En Lucas 15:1 y 2, por ejemplo, leemos: “Todos los que cobraban impuestos para Roma y otra gente de mala fama se acercaban a Jesús, para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban por esto, diciendo: ‘Este recibe a los pecadores y come con ellos’ ”.
Tal comentario llevaba implícito: “Este, Jesús, que come con pecadores y se rodea de gente de mala fama, tiene que ser por fuerza también un pecador, por tanto, merece mala fama también”. Lo juzgaban por la sola apariencia y, en función de cómo ellos la interpretaban, emitían sentencia: culpable.
En otro pasaje, Jesús se hace eco de esta forma en que los legalistas se referían a él: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores’ ” (Luc. 7:34, RVR95). Les estaba diciendo: “Para ustedes yo soy un personaje que merece mala reputación, porque no entienden los motivos que me llevan a amar al pecador y a relacionarme de la forma en que lo hago”.
A Jesús, su reputación no le importaba tanto como llevar esperanza al pecador, buscándolo allí donde se encontraba.
¿Y a ti? ¿Es tan importante para ti tu reputación que, antes que el bien de un ser humano que sufre, eliges aparentar ser “intachable” para asegurarte de estar libre de señalamientos? Para que nunca te llamen “esta”, ¿dejarías de lado a un pecador que te necesita? ¿O eres una mujer de conciencia, que trabaja lo interior, que trabaja su carácter para que eche raíces en el evangelio, de manera que ni siquiera la dura prueba de recibir una inmerecida mala reputación lo ahogue?
“Ningún discípulo es más que su maestro” (Luc. 6:40); no estamos exentas de que nos señalen con el dedo y nos pongan mala fama injustamente, porque ven lo externo sin entender nuestras motivaciones internas. No estamos libres de ser objeto de chismes y murmuraciones.
Por eso, no te decepciones tanto cuando murmuren de ti. Asúmelo como una realidad más de la vida. Recuerda que lo importante es el corazón, es decir, la conciencia y la fe. Estas, lamentablemente, no todo el mundo las sabe ver, mucho menos valorar.
“No juzgará por la sola apariencia, ni dará su sentencia fundándose en rumores” (Isa. 11:3).