Miércoles 13 de noviembre – EL TESTIMONIO DE TOMÁS – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN “Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’…

 Miércoles 13 de noviembre – EL TESTIMONIO DE TOMÁS – BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN

“Jesús le dijo: ‘Porque me has visto, Tomás, creíste. ¡Dichosos los que no vieron y creyeron!’ ” (Juan 20:29).

Miércoles: 13 de noviembre

EL TESTIMONIO DE TOMÁS

Lee Juan 20:19 al 31. ¿Qué podemos aprender de la historia de Tomás acerca de la fe y la duda? ¿Qué grave error cometió él?

 

Juan 20:19-31

19 Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20 Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. 24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. 26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. 30 Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31 Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.

Cristo apareció a los discípulos tras su resurrección, cuando estaban a puertas cerradas por temor. Tomás no estaba con ellos. Más tarde, escuchó los informes de la Resurrección de labios de los otros discípulos, pero aun así se desanimó. Aquello no coincidía con su idea acerca del Reino. Y seguramente se preguntó por qué Jesús se reveló a los demás cuando él no estaba allí.

Tomás dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en la señal de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).

Él estaba estableciendo sus propias condiciones para creer. Este planteamiento acerca de la fe en Jesús aparece con frecuencia en Juan. Nicodemo respondió a Jesús: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?” (Juan 3:4). La mujer del pozo preguntó: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde tienes agua viva?” (Juan 4:11). La multitud que había sido alimentada con los panes y los peces preguntó: “¿Qué señal haces tú para que veamos y te creamos?” (Juan 6:30).

El Evangelio de Juan se opone a la perspectiva “Ver para creer”. Cuando Jesús se encontró con Tomás después de la Resurrección, lo invitó a venir, ver y tocar su cuerpo resucitado. Pero luego dijo: “¡Dichosos los que no vieron y creyeron!” (Juan 20:29).

“Dios nunca nos exige que creamos sin darnos suficiente evidencia sobre la cual fundar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todas estas cosas están establecidas por abundantes testimonios que apelan a nuestra razón. Sin embargo, Dios no ha quitado toda posibilidad de dudar. N uestra fe debe reposar sobre evidencias, no sobre demostraciones” (Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 105).

A través de la Palabra de Dios, de la Creación y de la experiencia personal, se nos ha dado una asombrosa cantidad de evidencia para nuestra fe en Jesús.

Si alguien te preguntara por qué crees en Jesús, ¿qué responderías?

Comentarios Elena G.W

Cuando Cristo se encontró por primera vez con los discípulos en el aposento alto, Tomás no estaba con ellos. Oyó el informe de los demás y recibió abundantes pruebas de que Jesús había resucitado; pero la lobreguez y la incredulidad llenaban su alma. El oír a los discípulos hablar de las maravillosas manifestaciones del Salvador resucitado no hizo sino sumirlo en más profunda desesperación. Si Jesús hubiese resucitado realmente de los muertos no podía haber entonces otra esperanza de un reino terrenal. Y hería su vanidad el pensar que su Maestro se revelase a todos los discípulos excepto a él. Estaba resuelto a no creer, y por una semana entera reflexionó en su condición, que le parecía tanto más obscura en contraste con la esperanza y la fe de sus hermanos (El Deseado de todas las gentes, p. 747).

Nuestro Salvador no tiene palabras de encomio para los que, en estos últimos días, son de corazón lento para creer, como tampoco elogió al dudoso Tomás, quien alardeaba de que no creería en las pruebas que los discípulos referían, y a las que ellos daban crédito, de que Cristo se había ciertamente levantado de entre los muertos y se les había aparecido. Dijo Tomás: «Si no viere en sus manos la señal de los clavos»… «y metiere mi mano en su costado, no creeré». Juan 20:25. Cristo le brindó a Tomás la evidencia que había dicho que necesitaba; pero le reprochó: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás reconoció que había sido convencido. Jesús le dijo: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 613).

Muchos aficionados a la duda se disculpan diciendo que si tuviesen las pruebas que Tomás recibió de sus compañeros, creerían. No comprenden que no solamente tienen esa prueba, sino mucho más. Muchos que, como Tomás, esperan que sea suprimida toda causa de duda, no realizarán nunca su deseo. Quedan gradualmente confirmados en la incredulidad. Los que se acostumbran a mirar el lado sombrío, a murmurar y quejarse, no saben lo que hacen. Están sembrando las semillas de la duda, y segarán una cosecha de duda. En un tiempo en que la fe y la confianza son muy esenciales, muchos se hallarán así incapaces de esperar y creer.

En el trato que concedió a Tomás, Jesús dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Se reveló al que dudaba. Tomás había sido irrazonable al dictar las condiciones de su fe, pero Jesús, por su amor y consideración generosa, quebrantó todas las barreras. La incredulidad queda rara vez vencida por la controversia. Se pone más bien en guardia y halla nuevo apoyo y excusa. Pero revélese a Jesús en su amor y misericordia como el Salvador crucificado, y de muchos labios antes indiferentes se oirá el reconocimiento de Tomás: «¡Señor mío, y Dios mío!» (El Deseado de todas las gentes, p. 748).

Elena G.W

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