Miércoles 18 de diciembre – LA TUMBA VACÍA – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN “Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús:…

 Miércoles 18 de diciembre – LA TUMBA VACÍA – LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

LA HORA DE LA GLORIA: LA CRUZ Y LA RESURRECCIÓN

“Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego, tú eres rey?’ Respondió Jesús: ‘Tú lo has dicho. Yo soy rey. Yo para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad oye mi voz’ ” (Juan 18:37).

Miércoles: 18 de diciembre

LA TUMBA VACÍA

Lee Juan 20:1 al 7. ¿Qué importancia tiene para nosotros lo que se describe en estos versículos?

 

Juan 20:1-7

1 El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.

Jesús murió un viernes por la tarde y resucitó el domingo temprano. Como el sábado estaba cerca cuando fue sepultado (Juan 19:42), el proceso de sepultura se hizo apresuradamente y no fue completado. Por mucho que amaran a Jesús, sus seguidores guardaron el día de reposo y no fueron al sepulcro durante las horas sagradas (comparar con Mar. 16:1; Luc. 23:56). Después del sábado, algunas mujeres compraron especias para llevarlas al sepulcro el domingo de mañana. Para su sorpresa, la piedra había sido movida y el sepulcro estaba vacío.

María Magdalena fue una de las primeras en llegar al sepulcro. Corrió a contar a Pedro y a Juan lo que había visto. Los dos hombres corrieron hacia allí. Juan se adelantó a Pedro y llegó primero. Se inclinó, miró adentro y vio los lienzos con los que habían envuelto a Jesús. Pero no entró.

Pedro, en cambio, entró y vio los lienzos. Vio también el lienzo que había estado sobre la cabeza y el rostro de Jesús, pero no estaba con el resto de los paños. Estaba doblado y puesto aparte.

Lee Juan 20:8 al 10. ¿Qué implicaba el paño puesto aparte y doblado?

 

Juan 20:8-10

Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos. 10 Y volvieron los discípulos a los suyos.

Después de que Pedro entrara en el sepulcro, entró también Juan. Juan 20:8 dice que entró, vio y creyó. ¿Por qué el hecho de ver los lienzos de la tumba y el paño del rostro puesto a un lado y doblado hizo que Juan creyera que Jesús había resucitado?

Para responder esta pregunta, es necesario reflexionar en primer lugar acerca de por qué la tumba estaría vacía. La respuesta más común sería atribuir aquello a los ladrones de tumbas. Pero esta explicación no es satisfactoria al menos por tres razones. En primer lugar, Mateo dice que la tumba estaba custodiada (Mat. 27:62-66), lo que hace improbable la opción del robo. Segundo, los ladrones de tumbas suelen robar objetos de valor, no cuerpos en estado de descomposición. Tercero, los ladrones de tumbas tienen prisa, y no doblan los lienzos de las tumbas. No es de extrañar, pues, que cuando Juan vio el paño doblado, creyera que Jesús había resucitado.

Comentarios Elena G.W

Por fin Jesús descansaba. El largo día de oprobio y tortura había terminado. Al llegar el sábado con los últimos rayos del sol poniente, el Hijo de Dios yacía en quietud en la tumba de José. Terminada su obra, con las manos cruzadas en paz, descansó durante las horas sagradas del sábado.

Al principio, el Padre y el Hijo habían descansado el sábado después de su obra de creación. Cuando «fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento» (Génesis 2:1), el Creador y todos los seres celestiales se regocijaron en la contemplación de la gloriosa escena. «Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios». Job 38:7. Ahora Jesús descansaba de la obra de la redención; y aunque había pesar entre aquellos que le amaban en la tierra, había gozo en el cielo (El Deseado de todas las gentes, p. 714).

Un joven vestido de ropas resplandecientes estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la Piedra… Las mujeres temieron. Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. «No temáis vosotras —les dijo-—; porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos»…

«¡Ha resucitado, ha resucitado!» Las mujeres repiten las palabras vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su muerte, les dijo que resucitaría. ¡Qué día es este para el mundo! Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y «con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos» (Exaltad a Jesús, p. 93).

Los discípulos se apresuraron a ir a la tumba, y la encontraron como había dicho María. Vieron los lienzos y el sudario, pero no hallaron a su Señor. Sin embargo, había allí un testimonio de que había resucitado. Los lienzos mortuorios no habían sido arrojados con negligencia a un lado, sino cuidadosamente doblados, cada uno en un lugar adecuado. Juan «vio, y creyó». No comprendía todavía la escritura que afirmaba que Cristo debía resucitar de los muertos; pero recordó las palabras con que el Salvador había predicho su resurrección.

Cristo mismo había colocado esos lienzos mortuorios con tanto cuidado. Cuando el poderoso ángel bajó a la tumba, se le unió otro, quien, con sus acompañantes, había estado guardando el cuerpo del Señor. Cuando el ángel del cielo apartó la piedra, el otro entró en la tumba y desató las envolturas que rodeaban el cuerpo de Jesús. Pero fue la mano del Salvador la que dobló cada una de ellas y la puso en su lugar. A la vista de Aquel que guía tanto a la estrella como al átomo, no hay nada sin importancia. Se ven orden y perli2cción en toda su obra (El Deseado de todas las gentes, p. 733).

Elena G.W

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