Miércoles 6 de noviembre – EL TESTIMONIO DEL PADRE – MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS “Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).…

 Miércoles 6 de noviembre – EL TESTIMONIO DEL PADRE – MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

MÁS TESTIMONIOS ACERCA DE JESÚS

“Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).

Miércoles 6 de noviembre

EL TESTIMONIO DEL PADRE

El Evangelio de Juan comienza hablando de la Palabra (logos) como de Alguien que está con Dios el Padre (Juan 1:1). Cuando el Verbo se hizo carne, el Espíritu dio testimonio de Jesús al descender sobre él en ocasión de su bautismo (Juan 1:32-34). Pero el Padre también dio testimonio de Jesús durante su ministerio terrenal.

Lee Juan 5:36 al 38. ¿Qué dice Jesús aquí acerca del Padre?

 

Juan 5:36-38

36 Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. 37 También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, 38 ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis.

Jesús vincula al Padre con las obras y los milagros que había realizado. Tiene muy claro el hecho de que el Padre lo envió y también de que había dado testimonio acerca de él.

Lee Mateo 3:17; 17:5; Marcos 1:11; y Lucas 3:22 (ver también 2 Ped. 1:17, 18). ¿Qué dice el Padre acerca de Jesús?

 

Mateo 3:17

17 Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.

 

Mateo 17:5

Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.

 

Marcos 1:11

11 Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.

 

Lucas 3:22

22 y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.

 

2 Pedro 1:17-18

17 Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18 Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.

En el bautismo de Jesús, el Padre y el Espíritu se unieron al Hijo para destacar esta importante ocasión: el comienzo del ministerio de Jesús. El Padre afirma que Jesús es su Hijo amado, en quien se complace. Pero, en un momento crucial del ministerio de Cristo, el Padre vuelve a hablar, esta vez según consta en el Evangelio de Juan.

Las cosas estaban llegando a un punto culminante en los últimos días de ese ministerio. Los líderes religiosos, incapaces de detenerlo (ver Juan 12:19), querían verlo muerto, ahora más que nunca. Las multitudes estaban muy entusiasmadas por él, sobre todo porque cada vez más gente lo seguía al oír el testimonio de quienes lo vieron resucitar a Lázaro (Juan 12:17, 18). Incluso los griegos que estaban allí para la fiesta querían ver a Jesús.

En respuesta a las palabras de Jesús en Juan 12:28: “Padre, glorifica tu nombre”, el Padre vuelve a hablar desde el Cielo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez”.

Como ya hemos visto, la hora de gloria de Jesús es la Cruz. Por lo tanto, el testimonio del Padre en favor de Jesús apunta al gran sacrificio del Cordero de Dios por los pecados del mundo. La Cruz es la culminación de su ministerio terrenal. Su muerte en nuestro favor pagó la deuda completa por nuestros pecados. Gracias a él, por la fe, ya no tenemos que afrontar esa deuda.

Comentarios Elena G.W

Para Cristo, el mundo no era un lugar de comodidad y engrandecimiento propio. No buscaba una oportunidad para recibir su poder y su gloria. No le ofrecía ningún premio tal. Era el lugar al cual su Padre le había enviado. Había sido dado para la vida del mundo, para realizar el gran plan de redención. Estaba haciendo su obra en favor de la especie caída. Pero no había de ser presuntuoso, ni precipitarse al peligro, ni tampoco apresurar una crisis. Cada acontecimiento de su obra tenía su hora señalada. Debía esperar con paciencia. Sabía que iba a ser blanco del odio del mundo; sabía que su obra le conduciría a la muerte; pero exponerse prematuramente no habría sido obrar según la voluntad de su Padre (El Deseado de todas las gentes, p. 415).

¿Cuál fue la labor del mensajero de Dios a nuestro mundo? El unigénito Hijo de Dios revistió su divinidad de humanidad y vino a nuestro mundo como maestro, como instructor, a fin de contrastar la verdad con el error. La verdad, la verdad salvadora, nunca se extinguió en su lengua, nunca sufrió en sus manos, sino que fue resaltado clara y nítidamente en medio de las tinieblas morales que prevalecen en nuestro mundo. Para esta obra dejó los atrios celestiales. Dijo de sí mismo: «Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad». La verdad brotaba de sus labios con frescura y poder, como una nueva revelación. El era el camino, la verdad y la vida. Su vida, ofrendada por este mundo pecador, estaba repleta de seriedad y resultados trascendentales; porque su obra era salvar a las almas que perecen.

Salió para ser la Luz Verdadera, resplandeciendo en medio de las tinieblas morales de la superstición y el error, y fue anunciado por una voz del cielo, que proclamaba: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Y en su transfiguración se oyó de nuevo esta voz del cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd» (Fundamentals of Christian Education, p. 405).

El [Salvador] quitó los pecados del paralítico y luego lo presentó ante Dios perdonado. Y también lo sanó físicamente. Dios le había dado poder a su Hijo para acudir al trono eterno. Aunque Cristo actuaba con su propia personalidad, reflejaba el lustre de la posición de honor que había tenido en medio de la espléndida luz del trono eterno.

En otra ocasión, Cristo solicitó: «Padre, glorifica tu nombre». Y en respuesta «vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez». Juan 12:28.

Si esta voz no conmovió a los impenitentes, si el poder que Cristo manifestó en sus poderosos milagros no hizo que los judíos creyeran, no debiera sorprendemos demasiado descubrir que los hombres y mujeres de ahora están en peligro… de manifestar la misma incredulidad que demostraron los judíos, y de cultivar el mismo entendimiento pervertido (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 214, 215).

Elena G.W

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