Cuenta una antigua historia que a un hombre rico le dolían mucho los ojos. Tras consultar a oculistas y probar diversos tratamientos, lo único que había logrado era perder dinero e impacientarse aún más. Así que se le ocurrió ir a visitar a un sabio.
—Durante los próximos meses —le dijo el sabio— solo debes concentrarte en las cosas de color verde. No detengas tu mirada en nada que no sea verde. Así, tu dolor menguará.
Parecía un remedio extraño, pero en su desesperación, aquel hombre estaba dispuesto a intentarlo todo. Así que llamó a sus criados y les pidió que pintaran de verde todo lo que había en su casa.
Días después, el sabio fue a visitar al hombre rico pero, cuando los criados lo vieron llegar, se horrorizaron: ¡¡¡llevaba puesta una capa roja!!! Corrieron hacia él con una lata de pintura verde, dispuestos a arrojársela por encima. Antes de que eso sucediera, el sabio les preguntó:
—¿Por qué no le compran a su patrón unos lentes con los vidrios verdes? ¿No ven que es imposible pintar todo el mundo de verde? ¿No ven que no está en su mano cambiarme a mí?
Esta historia es mi manera sutil y elegante de decirte (y de recordarme a mí misma) algo que necesitamos oír cada mañana: no puedes cambiar a los demás, solo puedes cambiarte a ti. ¿Ese dolor que te produce que tus compañeros de trabajo no sean solidarios?
No puedes cambiarlos a ellos; pero sí puedes tú ser solidaria. ¿Ese dolor que te produce que tu esposo piense tan diferente a ti? No puedes cambiarlo a él, pero sí puedes cambiar tú para que te frustre menos aceptarlo tal como es. ¿Ese dolor que te produce la decepción? No puedes evitar lo que la causó, pero sí puedes transformarla en un cambio interior que tenga sentido.
¿Cómo? Analizando a conciencia la forma en que “ves”, es decir, en que “interpretas” el mundo. Para hacer este análisis, tienes que salirte de los patrones de siempre, y tomar como base el marco del evangelio.
Aprendiendo a mirar y a analizar las cosas desde una perspectiva espiritual, el dolor pasivo se transforma en compasión activa; los sucesos que te conducen a rasgarte las vestiduras, te llevan a rasgarte el corazón; y así, con ese cambio en tu ser, verás el mundo a través de unos lentes que amortiguarán el dolor.
“Rásguense el corazón y no las vestiduras. Vuélvanse al Señor su Dios” (Joel 2:13, NVI).