Octubre 14 – Escoge, pues, la vida – Virtuosa

«La puerta y el camino que llevan a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero…

 Octubre 14 – Escoge, pues, la vida – Virtuosa

«La puerta y el camino que llevan a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero la puerta y el camino que llevan a la vida son angostos y difíciles, y pocos los encuentran».

En una carta enviada en el año 1909 al editor de la revista Century, Robert Lincoln narraba con estas palabras un suceso que había tenido lugar cuarenta años antes: «Una muchedumbre compraba sus boletos a altas horas de la noche. Había un espacio estrecho entre la plataforma y el vagón, y yo estaba siendo presionado contra la carrocería del tren, esperando mi turno para comprar mi pasaje. En ese momento, el tren comenzó a moverse y, con su movimiento, perdí el equilibrio y comencé a caerme por el espacio entre la plataforma y el vagón. Estaba totalmente desvalido hasta que alguien me agarró fuertemente por el cuello del abrigo y me retiró a una parte segura de la plataforma. Cuando iba a darle las gracias a mi salvador, vi que era Edwin Booth, cuyo rostro me era bien conocido. Le expresé mi agradecimiento y, al hacerlo, lo llamé por su nombre».

Lo interesante de esta narración no son tanto los hechos narrados, como sus protagonistas. Edwin Booth, el «salvador», era el hermano de John Wilkes Booth, un asesino. ¿A quién había asesinado John? Nada más y nada menos que al presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. ¿Quién era Robert Lincoln, el «salvado»? Has pensado bien: era el hijo del asesinado. ¿Casualidad? Lo dudo. Pero lo que sí tengo claro es que ciertas decisiones no se toman por casualidad.

Tengo la altura que tengo, y eso no lo puedo cambiar. Tengo el color de ojos que tengo, y eso no lo puedo cambiar. Soy mujer, y eso no lo puedo cambiar. Muchas cosas de nuestra vida no las podemos cambiar como, por ejemplo, tener los mismos padres que un asesino. Otras, sin embargo, están en nuestra mano, porque dependen de una decisión propia. Escoger bien es, por lo tanto, vital. Escoger extender la salvación a todos, sin hacer acepción de personas; escoger ser agradecida a quien me hace un bien, aunque sea la persona más inesperada. Tengo la teoría de que estas decisiones no son fruto de la casualidad, sino de haber sabido escoger antes la puerta estrecha y el camino angosto que llevan a la salvación. De esa elección primera dependen las demás.

«He puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Deut. 30:19, RV95).

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