Hay personas que, sin duda, trabajan con los ángeles; tan estrechamente, que parece que ellas mismas fueran ángeles. Aunque no sean seres celestiales sino de carne y hueso como tú y yo, con sus defectos y virtudes, son verdaderas mensajeras del cielo. Transmiten el mensaje de amor, de esperanza, de futuro y de cambio que transmiten los ángeles por orden de Dios. Y empeñan vida y recursos para transmitirlo. Una de esas personas fue una mujer inglesa llamada Elizabeth Fry, a quien la gente dio en llamar “el ángel de la cárcel”.
Todo comenzó cuando, a la edad de dieciséis años, Elizabeth oyó predicar al norteamericano William Savery. Conmovida, comenzó a recoger ropa para los pobres, a visitar a los enfermos de su vecindario y a enseñar a niños a leer. Quince años después, fue a la cárcel de mujeres de Newgate y, lo que vio, la horrorizó.
Estaba plagada de mujeres, muchas de ellas encarceladas sin juicio previo por no poder hacer frente a las deudas de sus esposos fallecidos. Vivían y dormían en un mismo lugar, y apenas tenían qué comer. Elizabeth regresó al día siguiente con ropa, comida y un programa para enseñarles a leer a ellas y a sus hijos, que vivían también en la cárcel.
Comenzó un plan de ayuda sistemática que incluía regalarles una Biblia para que se fortalecieran espiritualmente, y enseñarles a coser para que, cuando recobraran su libertad, pudieran ganarse la vida. Con el tiempo llegó a crear la Sociedad de Mujeres Británicas para la Reforma de las Prisioneras, reconocida por historiadores como la primera organización de mujeres de Gran Bretaña.
Elizabeth pasó noches enteras en la cárcel acompañando a aquellas mujeres, e incluso invitó a gentes de la nobleza, de manera que pudieran ver por sí mismas las condiciones en que vivían las prisioneras. De ese modo recaudó fondos para seguir con su labor y, entre sus principales benefactoras, se encontraba la mismísima reina Victoria.
Elizabeth Fry se ganó el respeto, el cariño y la admiración de la sociedad británica en su conjunto, y sobre todo los de las personas más desfavorecidas. Doscientos años después, se ha ganado también mi admiración. Su vida es la personificación de un sermón que me invita a hacer lo mismo. Allí donde pueda echar una mano, Señor, permíteme hacerlo, y que no sea el impulso de un solo día, sino un plan sistemático, un estilo de vida.
“Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).