Cuenta una historia que una mujer, soñando que paseaba por un mercado, se detuvo de pronto en un puesto que nunca antes había visto. Atendiéndolo, estaba un ángel.
—¿Y qué es lo que venden aquí? —le preguntó la mujer.
—Aquí se vende todo lo que su corazón desee —le respondió el ángel.
—¿Todo lo que mi corazón desee? Pues entonces, por favor —pidió la mujer— véndame amor, paz, sabiduría….
—Perdone —la interrumpió el ángel—, pero siento mucho decirle que aquí no vendemos frutos, solo vendemos semillas.154
Así funciona el “mercado” de Dios. Su método no es el de los supermercados modernos, que ponen a nuestro alcance una cantidad inmensa de vistosos productos elaborados, y a nosotras solo nos toca elegir los que nos gusten y descartar los que no. Dios no vende productos prefabricados, Dios reparte la buena semilla que, en sí misma, no es muy vistosa; es apenas algo pequeñito, pero encierra un gran potencial: el de producir en nuestra vida todo lo que el corazón de Dios desea.
Sí que sería tentador poder llegar a un mercado, pagar un módico precio e irse con los rasgos de carácter y las virtudes que Dios quiere que tengamos. Pero el fruto del Espíritu tiene otro método y Dios sabe por qué lo ha decidido así. Primero: creer en Dios (Efe. 1:13, 14), quien nos envía su Espíritu Santo.
Segundo: permitirle plantar la buena semilla en nuestro corazón y hacer de él un terreno fértil para que germine. Tercero: buscar la luz, que es Cristo; regar la semilla, que es orar, leer la Palabra y ponerla en práctica; y dejarnos podar por la mano experta del Sembrador. Esa parte es la que más nos frustra y desespera. Todo esto, al igual que sucede en la naturaleza con las semillas del campo, lleva tiempo.
Lo que hace el Espíritu es extendernos un llamado a la madurez cristiana, que se va adquiriendo progresivamente. A nosotras, lo que nos toca, es pedirle que nos dé paciencia mientras en nuestro interior se libra una batalla contra las obras de la carne.
“Jesús dijo también: ‘¿A qué se parece el reino de Dios y con qué puedo compararlo? Es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que crece hasta llegar a ser como un árbol’ ” (Lucas 13:18, 19).
154 Fernando Zabala, En mi casa, ¿quién manda a quién? (Doral, Florida: IADPA, 2018), p. 19.