En el año 2005, Matthew Lieberman y Naomi Eisenberger155 llevaron a cabo un experimento con personas a las cuales aplicaron una sofisticada tecnología que permitía hacer resonancias magnéticas de sus cerebros. Los participantes fueron agrupados de cuatro en cuatro y su tarea era sencilla: tenían que jugar a pasarse una pelota entre ellos. A dos, sin embargo, se les dio la instrucción de que, llegado determinado momento, dejaran de lanzarles la pelota a los otros y se la lanzaran solo entre ellos.
Cuando los dos participantes que dejaban de recibir la pelota se daban cuenta de que habían sido excluidos del juego, se activaba en sus cerebros la misma zona que se activa cuando nos duele algo. Los centros del dolor ahora activos les hacían percibir aquel aislamiento como una experiencia dolorosa a pesar de que, en realidad, ninguna parte de su cuerpo estaba sufriendo, es decir, no había dolor físico.
Si alguna vez hemos creído que es apenas una metáfora decir “Me duele la muerte de mi madre”, o “No puedo superar el dolor de que mis hijos no me llamen”, estamos ahora en disposición de comprender que es mucho más que una metáfora. Nos duele, literalmente, perder la presencia de alguien significativo en nuestra vida; nos duele ser excluidas, rechazadas o ignoradas por alguien, y mucho más si es alguien a quien queremos. ¿Por qué? Porque nuestro cerebro está programado para la conexión social.
“No es bueno que el hombre esté solo” (Gén. 2:18), y por eso nos duele, porque no hemos sido diseñados por Dios para la soledad. Esta verdad tan antigua como el ser humano es ratificada por investigaciones modernas.
Está científicamente comprobado que 1) la persona sin conexiones sociales tiene mayores niveles de ansiedad y depresión, y mayor tendencia a ser violenta; 2) tener buenas conexiones sociales fortalece el sistema inmune y aumenta en un 50 % las probabilidades de ser más longevos; y 3) que el aislamiento social incrementa el riesgo de muerte en un 32 %. Esto último quiere decir que, conectar con alguien, puede significar literalmente salvarlo de una depresión, del suicidio, o de la muerte. Dime si esto no es milagroso.
“Más valen dos que uno, pues mayor provecho obtienen de su trabajo. Y si uno de ellos cae, el otro lo levanta. ¡Pero ay del que cae estando solo, pues no habrá quien lo levante!” (Eclesiastés 4:9, 10).
155 Matthew Lieberman, The Social Brain and its Superpowers, https://www.youtube.com watch?v=NNhk3owF7RQ [consultado en septiembre de 2022].